FARIÓN DE AFUERA
Dos formas de optimismo
Don Bosco hubiera sido hoy un inmejorable consultor para acabar con el aburrimientode toda esa gente
Un amigo me pasa lo que parece ser uno de los vídeos de moda en Internet. Sigo el enlace que me lleva hasta youtube.com y descubro la desbordante vitalidad de un consultor, ponente en un congreso de comerciantes gallegos. El hombre no responde al canon al uso. Parece más bien bajito, pasó del estado de incipiente alopécico al de calvo casi completo, tiene un dicción tirando a fañosa y el Señor no le llamó por el camino de la prosa florida. La naturalidad, supongo que no posada, le hace soltar cada cinco o diez minutos un taco. Recurre a cada momento a porcentajes de esto o aquello sin citar la fuente y provoca la risa recurrentemente. Reconozco que mi prototipo de consultor respondía a otro modelo. Pero el hombre, que se llama Emilio Duró y es nativo de Lérida, engancha. Y mucho. Advertí a mi amigo que pasados los cuarenta uno muda poco de convicciones y cree cada vez menos en los «gurús» que te asaltan a diario para conseguir que dejes el fumeque, la dieta hipercalórica y la vida sedentaria para conseguir hacer «todo aquello que te propusiste a los veinte años y nunca fuiste capaz de hacer». Pero éste es distinto.
Este Emilio Duró plantea su larga conferencia de casi dos horas alrededor de lo que ha venido en denominar «coeficiente de optimismo». La cosa comienza como un novedoso método para mejorar las ventas y el éxito empresarial y deriva al poco de arrancar en una charla sobre la vida misma, las frustraciones que nos limitan y cómo sería sencillo librarnos de prejuicios para asumir, entre otros: 1) Que somos carne de mortalidad, de gorduras y envejecimiento. 2) Que el común de nosotros no somos Albert Einstein, ni vamos a descubrir cómo muta el último virus de la gripe, ni vamos a pasar a la posteridad por un magna obra. 3) Que el secreto de la vida terrena es levantarse cada día pensando que va ser el mejor que nos queda por vivir. 4) Que «leer, leer y leer» es la mejor terapia contra el Alzheimer, «la única conocida hasta ahora», precisa con mucha razón. Duró no descubre nada nuevo bajo el sol. Y no es un demérito, ni eso le convierte en charlatán. Todo lo contrario, su secreto es el ímpetu con el que se dirige al auditorio. Y tampoco esto sería novedoso si no acompañara su parlamento de una sencillez que 90 minutos después de comenzar a oírle te hace llegar a la conclusión de que su charla tiene poco que ver con mayores ventas, mejores beneficios o el éxito en los negocios. Duró habla de la propia vida, así que su conferencia bien valdría para cualquier tipo de público: un empleado indolente, un empresario amargado, un joven desmotivado, un esposo inane o una mujer cabreada con su imparable envejecimiento celular.
Desde una explicación tan científica como laica, Duró nos habla —muy bien y a su manera—, de muchos fundamentos que con otras palabras están contenidos en el pensamiento cristiano. Para lo que me toca más de cerca, recurro a Juan Melchor Bosco Occhiena, San Juan Bosco, quien camino de hace dos siglos ya dejó sentadas algunas claves imperecederas sobre la educación. El Sistema Preventivo Salesiano ha formado desde entonces a miles de personas y —sin pretensiones de infalibilidad— razonablemente bien y con la misma humildad que predicó este seguidor confeso de Francisco de Sales. Dijo Don Bosco: «No basta amar a los niños, es preciso que ellos se den cuenta que son amados». Otrosí: «De la sana educación de la juventud depende la felicidad de las naciones». Es cosa segura que Don Bosco hubiera sido hoy en día un inmejorable consultor para acabar, como Duró, con el aburrimiento de toda esa gente «a la que detectas con sólo verles subir una escalera». Abatidos y hastiados. Hartos de vivir.
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