Los jefes pashtunes negocian o arrebatan el poder a los líderes talibanes en el feudo del mulá Omar
El sur de Afganistán está destinado a decidir el destino del nuevo régimen afgano. La etnia dominante en esta zona, la de los patanes o pashtunes, ha apoyado a los talibanes estos cinco años de dictadura teocrática, pero no quiere quedar apartada del nuevo reparto del poder que se avecina. Las tribus del norte que han entrado en Kabul han evitado el choque con los patanes.

El embajador talibán en Islamabad, Abdul Salam Saef, mantuvo ayer una muy discreta reunión con los representantes de las principales organizaciones patanes en la ciudad de Peshawar, según todos los indicios para tratar de negociar una salida para todos en esta crítica sirtuación, desde los principales responsables talibanes hasta los miles de patanes paquistaníes armados que habían cruzado la frontera para luchar al lado de los talibanes. Y si se observa cuidadosamente la línea hasta donde ha llegado el avance de la Alianza del Norte, éste parece haberse detenido en Kabul, siguiendo aproximadamente la línea de división étnica.
CAMBIOS EN JALALABAD
En el interior del territorio de los patanes, incluyendo Kandahar, la capital religiosa de este fugaz emirato integrista, los cambios se han producido ya sea por combates o por negociaciones, pero siempre entre miembros de la misma tribu. Eso es lo que estuvo sucediendo ayer durante todo el día en Jalalabad, la primera ciudad en la carretera que va desde la frontera paquistaní hasta Kabul. Los hombres del partido Hib e Islamía, exiliados en Peshawar, estuvieron negociando la transferencia pacífica del poder con las autoridades talibanes. Los patriarcas tribales están administrando el conflicto a su manera, teniendo en cuenta que en esta franja fronteriza los lazos de sangre y lengua tienen más peso que las líneas fronterizas. De hecho, ni siquiera el Gobierno de Pakistán controla esa parte del territorio donde son legalmente las tribus las que tienen la competencia absoluta.
SANGUINARIOS
La confrontación tribal no es ajena en absoluto al conflicto. «El más sanguinario de los patanes que se pueda imaginar es un angelito al lado de cualquier tayiko, no le quepa duda», decía el orondo propietario del restaurante más famoso de Peshawar, la ciudad paquistaní más cercana a la frontera con Afganistán. Él mismo es de la etnia patán, igual que la inmensa mayoría de la población de Peshawar, incluidos los cientos de miles de refugiados afganos que esperan aquí desde hace 20 años una solución al conflicto.
Hasta el Rey Mohamed Zair Sha es un pashtún. ¿Cómo construir el futuro reparto de poder en Afganistán sin contar con este pueblo, a pesar del estigma que pesa sobre ellos después de haber apoyado con entusiasmo la infausta experiencia de la tiranía integrista?
COMBATIENTES ÁRABES
Los que no encajan en ninguna división étnica son los combatientes árabes internacionalistas, que han venido desde todo el orbe musulmán siguiendo la estela de Bin Laden y su organización Al Qaida. Muchos de ellos no pueden ya regresar a sus países de origen porque están buscados por ello y si ahora tampoco pueden quedarse en Afganistán, están entre la espada y la pared, sin más salida que seguir luchando y con suerte morir como los «mártires» que ellos se imaginan que son.
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