Un pozo precioso

Mi ferretero de confianza me lo tiene bien dicho: nunca se te ocurra comprar pilas en el chino. Las pilas duran poco, enseguida se vienen abajo. El Sevilla que salió ayer a competir contra el Alavés parecía el conejo de Duracell: menudos veinte primeros minutos de lucha, ritmo y arrojo. Desde el primer cabezazo de Isaac Romero, nada más salir al campo, se sucedieron las ocasiones para los de Nervión. Pero en la primera ocasión que el Alavés tuvo de hacer gol, en el minuto 26, lo consiguió. Y ahí se acabaron las pilas: apaga y vámonos.

Cuando enfilábamos el descanso, ya palmábamos por dos a cero. Y al Sevilla se le estaba quedando una cara de payaso lastimosa: Joaquin Phoenix con el rostro enchurretado deambulando por los callejones de Gotham. La balada triste de trompeta que cantaba Raphael. Durante los bocadillos y la Coca-Cola, el comentario de la afición era unánime: nos vamos a Segunda. Mucho tenía que cambiar el partido para que la sensación amainase.

En la pasada Navidad, el club se descolgó con una felicitación en redes sociales sencillamente terrorífica. Era un dibujo, en el que varios jugadores compartían mesa de Nochebuena. En el centro se situaba Navas, portando un cuchillo y con un rostro que no tenía nada que envidiar en espanto al careto de Nicholson en El Resplandor. También aparecía Sergio Ramos, con un aspecto más propio de un gorrilla de Bami. Pero, sin duda, el menos agraciado era Rakitic: su rostro cerúleo y pálido se confundía con un zombie de The Walking Dead.

En distintos momentos del encuentro de anoche, los rostros de Navas, Ramos y Rakitic se parecían bastante a los del dibujo de marras. En el caso de los dos últimos, no solo el gesto: el partidito del camero y el croata fue para descambiarlo. Si hubiera que poner un nombre a su actuación, habría que inspirarse en la celebrada película de los Coen basada en la novela de Cormac McCarthy: el Sevilla no es club para viejos. Aunque hay un título de McCarthy más apropiado para definir la situación del Sevilla: En la frontera.

Más concretamente, en la frontera del abismo. Lo mejor del encuentro contra el Alavés fue que, por primera vez, vimos a Mariano hacer cosas. Salió, con Rafa Mir y Sow, en el segundo tiempo, y lo cierto es que fueron bastante revulsivos. Especialmente Mariano mostró una cara que aún no le habíamos conocido en el Sevilla, atacando, mordiendo, buscando la portería. E incluso provocando un penalti que acabó propiciando el empate temporal del Sevilla. Antes, Rafa Mir había conseguido hacer el primer gol, un remate cagalastimoso con el pecho que la afición celebró entre la alegría y la retranca. A los tres les duró la pila más que al resto, pero, a pesar del subidón que supuso el penalti del empate -menuda chulería, Ocampos-, en una nueva jugada a balón parado el Alavés volvió a adelantarse en el marcador.

Lo del Sevilla defendiendo los balones parados es sin duda un fenómeno sobrenatural. Es difícil encontrar más debilidad en una defensa que la del Sevilla en esta temporada. El primer y el tercer gol del Alavés fueron dos calcos, que evidencian la fragilidad total del equipo en las marcas de un córner.

Los materiales no resisten. El puente se viene abajo y la única obra de ingeniería que cabe es la subterránea: nos está quedando un pozo precioso.