La Barcelona del portazo al Hermitage toma las riendas del Ministerio de Cultura
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Barcelona
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Iniciar sesiónCultura de base, participación ciudadana, descentralización y democratización. También portazo a los grandes equipamientos y cierto desdén ante actividades culturales de envergadura. ¿Objetivo? Escapar de la nostalgia olímpica que durante años ha capitalizado el socialismo catalán y evitar por todos los medios volver ... a tropezar con un pedrusco como el del Forum de las Culturas de 2004. Ahí está, a un tiro de piedra, el no rotundo, rotundísimo a la franquicia del Hermitage que inversores privados querían instalar en el Puerto de la ciudad y los rifirrafes con el Primavera Sound, amenaza de mudanza (consumada a medias y de aquella manera) incluida.
Esa Barcelona, laboratorio político y cultural de los comunes, es la que toma ahora las riendas del Ministerio de Cultura de la mano de su nuevo titular, el portavoz de Sumar, Ernest Urtasun, y, sobre todo, de Jordi Martí, viejo conocido de la política municipal y exmano derecha de Ada Colau que asume las funciones de secretario de Estado. ¿Un resumen para entender por dónde irán los tiros? «Tan importante es tener una buena orquesta como que las prácticas musicales entre la ciudadanía sean generalizadas», que dejó dicho Martí.
Y sobre esa piedra, parece, se construirá la nueva política ministerial. Esta misma semana, durante la reunión de la dirección de Catalunya en Comú, Urtasun aseguró que su intención es impregnar el ministerio del «talante cultural» que se ha aplicado en el Ayuntamiento en tiempos de Colau. De ahí, dijo, el fichaje de Martí, junto a quien llega a la capital haciendo bandera de unos derechos culturales a los que el nuevo ministro dedicó buena parte de su presentación y que Martí convirtió en prioridad cultural. «El ciudadano ya no es solo receptor sino actor cultural y debe tener la posibilidad de expresarse», resumió entonces Martí.
Sobre el papel, esto implica prestar especial atención a las condiciones laborales de los trabajadores culturales, la desigualdad en nuevos entornos digitales o la visibilización de las diversidades y dedicar partidas económicas específicas para fomentar la gratuidad de museos o implantar una sexta hora lectiva para actividades artísticas. «El derecho a la cultura significa que todo el mundo debe poder participar en el ecosistema cultural de su ciudad. La dimensión económica es más subsidiaria», añadió Martí cuando era concejal de Cultura del Ayuntamiento.
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En realidad, las raíces de esta concepción comunitaria y en red de la cultura hay que buscarla en el exministro de Universidades Jordi Subirats, quien ya sentó las bases del modelo cuando fue comisionado de Cultura de Barcelona entre 2018 y 2021. Fue él quien empezó articular y visibilizar la negativa frontal a abrir una franquicia del Hermitage en el puerto de Barcelona («El Hermitage se va, la cultura se queda», remató Martí cuando los promotores se dieron finalmente por vencidos) y quien tomó las riendas del Instituto de Cultura de Barcelona (ICUB) abogando por «politizar el debate sobre cultura».
Fábricas de creación
En Barcelona, dos espacios ayudan a ilustrar esta manera de entender la política cultural: el primero, la Fabra i Coats, un antiguo complejo fabril reconvertido en fábrica de creación que lleva desde 2008 naciendo y renaciendo como Escuela de Artes, espacio de creación y Centro de Arte Contemporáneo sin que nadie sepa muy bien qué hacer con él. El segundo, la Paral.lel 62, sala de conciertos de titularidad municipal que, tras una década de gestión a cargo de la promotora privada The Project, el Ayuntamiento sacó a concurso en busca de «un referente de creatividad» que trabajase de forma coordinada con la red de fábricas de creación de Barcelona, los centros cívicos, el tejido local y otras instituciones musicales de la ciudad. Desde octubre del año pasado, la gestión de la sala corre a cargo de la sala Upload y las cooperativas de servicios culturales Quesoni y L'Afluent.
En el otro extremo, el de la cultura macro, la visión municipal ayudará, se supone, a revisar «el grado de implicación» del ministerio en los grandes equipamientos y consorcios que durante años llevan reclamando una mayor inversión estatal y solventar un desequilibrio que el propio Martí calificaba de «brutal» en una entrevista de 2021, poco antes de la firma la cocapitalidad cultural de Barcelona (y de los 20 millones de euros extra que la acompañaron). «Hay que decir que Madrid ha hecho de aspiradora. Tres instituciones, ayuntamiento, comunidad, que es como nuestra área metropolitana, y ministerio, que lo destina casi todo a Madrid, pues... Comparemos la aportación al Teatro Real y al Liceu. [...]. El desequilibrio es brutal. Prácticamente toda la cultura necesita apuesta pública. Que no me vengan con la inversión privada. En Madrid todo tiene una aportación pública brutal», decía Martí, ex peso pesado del PSC curtido en la escuela 'cosmopolita' de Mascarell durante sus casi quince años al frente del ICUB y recuperado para la causa por Colau en 2015.
Ahora, junto a Urtasun, trabajará por hacer de la cultura «una forma de combate político principal para seguir ensanchando democracia y libertades», que dijo el ministro. «Derechos culturales, libertad de expresión, pluralidad cultural y lingüística, lucha contra la precariedad. Prioridades del ministro Ernest Urtasun que resuenan en el ADN del Plan de Derechos Culturales de Barcelona ¡Adelante!», celebraba en X el exdelegado de Derechos Culturales de Barcelona, Daniel Granados.
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