confieso que he pensado
Ande yo caliente
Ni una sola de sus bocas ha pronunciado compromiso alguno de cambio o reversión, tampoco asunción de responsabilidades
Bendito periodismo el que nos permite descubrir que los ayuntamientos de las islas, lejos de asumir la sangrante situación económica del archipiélago, con un 30 por ciento de desempleo y un creciente sinfín de conflictos sociales, a la sazón cientos de miles de tragedias individuales, gastaron el año pasado 3,2 millones de euros más que en 2007 en sueldos de alcaldes y concejales (ABC, 27 de agosto), pasando de 25,5 a 28,7 millones, según refleja un informe del Ministerio de Hacienda. Nada menos que un 12,6 por ciento de incremento en plena crisis, y les aseguro que a esta temprana hora sólo he ingerido un austero té verde. De pena. O de risa, según se mire, y no me refiero al té.
Sobran las palabras, malsonantes y soeces incluidas, para calificar este nuevo desaire de la casta política, más casta conforme pasa el tiempo y los problemas crecen. Sobran, igualmente, motivos para reafirmarnos en que dicha casta carece no sólo de la pericia exigible para enfrentar el complicado panorama que padecemos, algo, por lo demás, obvio, sino incluso de la legitimidad moral necesaria para hacerlo. La razón resulta harto sencilla: dicho colectivo es parte del problema, de nuestro problema, y disculpen que insista en tal argumento, al que me referí con profusión semanas atrás.
Los números, que al igual que el algodón, no engañan, evidencian que la sociedad avanza –es un decir– por una vía y quienes presuntamente velan por sus intereses –más que un decir, una quimera–, por otra, en ocasiones ni siquiera paralelas ni en el mismo sentido de la circulación. La situación empeora, la vida se torna más difícil día a día para la plebe, pero ellos, los socios de la casta, continúan ofreciéndonos como solución sus discursos vacuos, los de siempre, al tiempo que, como si no tuviéramos ya bastante, exhiben sin pudor, cuando no con un inexplicable orgullo barriobajero, una educación –otro decir– que deja en evidencia los discutibles métodos docentes de los colegios en los que se formaron –un decir más–. Nosotros, a lo nuestro; ellos, a lo suyo.
Ni una sola de sus bocas ha pronunciado compromiso alguno de cambio o reversión, tampoco asunción de responsabilidades, y mucho menos un humilde reconocimiento de culpabilidad, acaso porque la mayoría asume con docilidad su función de marioneta del partido, acaso porque hacen gala de ese dicho tan español que reza "ande yo caliente, ríase la gente". Y así, estimados amigos, nos ahogaremos sin llegar a ninguna parte. Me refiero a nosotros, a ustedes y a mí. Ellos, la casta, nadan aparte y, por lo que se ve, carecen de motivos para quejarse.
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