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notas marginales

Cómo pasar página

isaac blasco

Alarte se presentó el jueves en el Palau de la Generalitat con el mismo programa bajo el brazo que, el pasado 22 de mayo, dejó a su partido a un paso de la refundación y a él mismo como exponente máximo de una formación con trazas de gestora, que eso es hoy el PSPV para el candidato que no se deja ver ni por accidente en la Comunidad Valenciana. Recuerdo cuando el secretario general, horas después del comité en el que salvó los muebles a base de prodigar pucheros y concesiones desde el atril de Blanquerías, proclamó en Canal 9, adonde acude más de lo que parece: «Rubalcaba vendrá muy pronto a Valencia». Definitivamente, el tiempo es subjetivo: han transcurrido casi cuatro meses de aquello.

Como buen relativista en funciones de radical, Alarte se despachó a gusto tras una reunión en la que ni siquiera Fabra le participó su decisión de practicar un nuevo ajuste, esta vez de 400 millones de euros, sobre la Administración regional, lo que divulgó el presidente pocos minutos después de concluir la ronda de contactos con los síndicos parlamentarios. El ex alcalde de Alaquàs, que no se preparó mucho la intervención pese a su largo descanso estival, redujo su recetario de austeridad al puro desmantelamiento del sector público autonómico, como si, debieron de pensar los compañeros socialistas, fuera Cospedal, y no Rubalcaba, su referente.

Fabra ha ido desgranando durante la semana lo que avanzó en una amplia entrevista publicada el pasado domingo en ABC. El presidente de la Generalitat ha protagonizado en los últimos días un sostenido pasar de página en el que dominaron la elegancia y la normalidad. Resultado: todo el mundo está contento en cuanto al plano político, pero preocupado por la insostenible situación económica que, esa sí, no se mete en cintura ni con la dieta Dukan, si bien Fabra viene acreditando de sobra ser consciente de la necesidad de adelgazar para no morir. En Génova, los primeros andares de éste han suscitado una mezcla de entusiasmo y alivio. «Sensato y prudente» son los dos adjetivos que más suenan allí para definir los balbuceos de alguien que, en el plazo de un mes, ha rescatado a la Comunidad Valenciana de las asfixiantes fauces de la excepcionalidad. Sin alharacas.

Fabra practica hoy un buenismo necesario que, no obstante, tiene muy poco de ingenuo: tacita a tacita, ha restituido el papel de cada uno, y devuelto la iniciativa al Gobierno que dirige con guante de terciopelo.

Ahora, el problema lo tiene Alarte, forzado a probar que sabe ejercer una oposición práctica, que entierre el programa que a punto estuvo de hacer lo propio con él y orille las soluciones sin anestesia de las que tanto gusta a falta de mejores recursos. La generosidad que supuso convertir el acto del PPCV en Benicàssim en un acto de desagravio para Francisco Camps confirma que Fabra no habla, ni actúa, de farol. Lo hace como un líder, más allá de las versiones interesadas.

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