Despido tabú
EL precio del despido en España no parece un obstáculo para que cada día sean despedidos miles de trabajadores. Si es un problema de nuestro mercado laboral no está de ningún modo entre los primeros, mientras que sí figura, junto con el copago sanitario, a la cabeza de los tabúes sociales, esa clase de asuntos que provocan con su sola mención un escalofrío colectivo. Por eso no se entiende la insistencia de los gurús de la economía en incluirlo en el catálogo de reformas pendientes -ellos hablan más pudorosamente de «suavizar la rigidez» de los contratos-, a sabiendas de que ningún gobernante o aspirante a serlo se atreverá a emprender ese camino suicida. El último en sacarlo a relucir, después de los empresarios, algunos contumaces librecambistas y hasta el gobernador del Banco central, ha sido el ex presidente Aznar, que en su momento se envainó, huelga general mediante, una reforma laboral bastante más suave. El despido flexible representa entre nosotros una especie de superstición nacional que obliga -por conveniente que en teoría resultase su implantación, que está por demostrar- a sacarlo fuera de la agenda política.
Ha bastado que Aznar ronde la palabra prohibida para que los socialistas carguen en tromba sobre un Rajoy que no ha abierto al respecto la boca, temeroso de que lo líen en una batalla que no contempla. Cualquier antiguo mandatario, incluido Felipe González, goza de libertad para expresarse a sus anchas según su albedrío, pero lo que dice Aznar se convierte en seguida en piedra de escándalo adjudicada a sus sucesores. Tan chocante resulta que predique lo que no se atrevió a hacer como que no pueda formular su opinión en voz alta. Quizá debería saber ya la trascendencia de sus palabras sobre los intereses de su partido; hay mucha gente que le sigue otorgando una capacidad de tutela que desde hace tiempo no conserva.
El PP se cuida mucho de apuntarse a la corriente flexibilizadora, incluso a contracorriente de un empresariado que no le va a ayudar a ganar las elecciones. Por otro lado, esa clase de reformas estructurales en España sólo las puede emprender la izquierda; si las plantea la derecha se convierten para el imaginario popular en una agresión social. Y como esta izquierda zapaterista anda instalada en el buenismo indoloro, la discusión está cerrada y su apertura sólo conduce a la melancolía. Y a la propaganda, ese ámbito en que tan a gusto se mueve el aparato socialista.
Para combatir el paro existen otras medidas más factibles que la de abaratar sus costes. Muchas de ellas están pendientes sobre la mesa del debate público, y abarcan desde el plano fiscal al crediticio, del energético al educativo, del administrativo al asistencial. Los que mientan la bicha del despido suelen tener bien blindados sus propios empleos; pero no hay contrato más en el alambre que el de la política.
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