Cuidado con las frases rotundas

Lincoln no fue el primero que dijo «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». Lo copió del teólogo inglés John Wycliffe que la había escrito quinientos años antes. «Siempre que oigo hablar de cultura, echo mano de mi revólver» no es una frase de Goering: la tomó de la obra de teatro Schlageter, de Hanns Joshst, estrenada en Berlín en 1933. La expresión «telón de acero» no la inventó Churchil. La habían usado antes la Reina belga Isabel, en 1914; el embajador británico en Berlín, en 1920, y Goebbels en 1945.

Tampoco Churchil fue el primero que habló de «sangre, sudor y lágrimas». Aparece por primera vez en la novela de Henry James Las bostonianas. El famoso «desapruebo lo que dice, pero defendería hasta la muerte su derecho a decirlo» no es de Voltaire, al que habitualmente se le atribuye, sino de Tallentyre, pseudónimo de Evelyn Beatrice May que se la empleó ciento cuarenta años después para resumir la presunta actitud del filósofo ante la quema pública de un libro de su amigo Helvetius.

En ninguna de las novelas de Conan Doyle puede leerse: «Elemental, mi querido Watson». Lo que Sherlock Holmes dice es: «Elemental». Humphrey Bogart nunca dice en Casablanca «Tócala otra vez, Sam». La que dice «Otra vez, Sam», es Ingrid Bergman. Y lo hace porque el actor Dooley Wilsons no la tocaba sino que la cantaba. La música fue añadida después.

Las frases rotundas atan más que liberan. Antes de que José María Aznar dijera «Caiga quien caiga» ya era el título de un programa de la televisión argentina, luego trasladado a España. La idea procede de un discurso de Eva Perón. «No puedo callar porque sería mentirle a mi pueblo y a todos los pueblos de la tierra que han sufrido y sufren la despiadada prepotencia de los imperialismos. Es hora de decir la verdad, cueste lo que cueste y caiga quien caiga».