«UN TAL BLÁZQUEZ»
NO sé si está previsto en el Reglamento divino que el Espíritu Santo, inspirador de los cardenales del Cónclave cuando se reúnen para elegir Papa, inspire también a los obispos españoles cuando van a elegir presidente de la Conferencia Episcopal. De cualquier modo, soplados o no por el Espíritu, las decisiones de una asamblea de obispos son tan imprevisibles como la inspiración del Espíritu Santo, y tan inescrutables como los designios de la Divina Providencia.
Cuando monseñor Ricardo Blázquez fue designado obispo de Bilbao, el prelado seglar Xabier Arzallus recibió la noticia con la afirmación irreverente, propia de un «maketo blasfemo», como diría Sabino Arana, de que habían nombrado obispo a «un tal Blázquez». Menos mal que no echó mano de los viejos fueros en aquel pasaje donde se resistían a los mandatos de la Santa Sede y conminaban a los fieles de esta manera: «Si entra obispo en Vizcaya, mátesele».
No sé, porque estas son cosas casi de confesonario, si el tal Arzallus se habrá reconciliado con el «tal Blázquez», o si se habrá arrepentido de la falta de respeto, del desdén a un pastor de almas, y de aquellas almas de su tierra, no de unas almas cualesquiera, o si habrá mediado monseñor Setién en la concordia y amistad entre ambas jerarquías episcopales; la eclesiástica y la política. Conciliación ha debido de haberla, porque las personalidades del nacionalismo vasco, que no abren la boca sin mirar hacia el «tal Arzallus», han acogido con alegría y esperanza la elección del obispo de Bilbao para presidir la Conferencia Episcopal española. ¿He escrito «española»? Sí, sí, pues eso: española.
Ha expresado monseñor Blázquez al conocer su elección una natural esperanza, que yo deseo fervientemente que se cumpla. Igual que se disolvieron hasta desaparecer los recelos y las desconfianzas nacidas de su designación como obispo de «Bilbo» (¡alinearse, ar!), desaparecerán las que nazcan en razón de su presidencia, «si es que surgieran». Porque ni los católicos a machamartillo, ni los más papistas que el Papa, ni los más acreditados meapilas, ni los más fervorosos sacristanes de procesión, novena y adoración nocturna pueden negar o desconocer la influencia e intervención de la iglesia vasca en la predicación de la nefasta doctrina nacionalista de Sabino Arana, ni pueden olvidar la discriminación episcopal que sembró monseñor Setién, obispo de Donostia, en el territorio vasco entre víctimas y verdugos, entre los asesinados inocentes y los verdugos etarras.
Venga norabuena a presidir la Conferencia Episcopal Española un obispo que conoce y ha vivido de cerca el drama que sufre la sociedad vasca y su trágica división: a un lado los que gozan de indulto de los terroristas y a otro los que tienen que salir a la calle escoltados, los que viven con una pistola apoyada en la nuca y los que se aprovechan de esas pistolas para sus negociaciones políticas. Por otra parte, siempre es hermoso, justo y saludable que quien fue tratado con desdén por Xabier Arzallus, ese mixto de padre Azúcar y doctrinario nazi, y que recibió el remoquete desdeñoso de «un tal Blázquez», presida hoy a los obispos españoles. Porque además, «nihil sine episcopo», que rezan las sotanas.
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