Doris Lessing, una abuela como usted
El crítico literario Juan Carlos Juristo nos cuenta sus experiencia personal con la escritora británica y su obra

Ahora que me he enterado con cierto estupor de su muerte, allá en el barrio de New Hampstead, en Londres -no sé la razón pues era una mujer que tenía la edad bíblica reservada a los que deben fallecer en paz-, vuelvo a recordar la obra de Doris Lessing, sobre todo las últimas, donde parece obsesionarse con la idea de la vuelta al primitivismo del hombre después de una catástrofe. Vuelvo a verla en la televisión, por ejemplo, recibiendo el Premio Príncipe de Asturias , y recuerdo con placer los dos o tres encuentros en que estuve con ella, cuando era una escritora célebre y antes de convertirse en una figura celebérrima y, sobre todo, la especial relación que he tenido con ella como lector que lee la obra de un escritor a quien considera entre sus favoritos por razones que aún hoy todavía a uno se le escapan.
No sé si la última vez que comí con ella por invitación de Edhasa, la editorial que la publicaba, fue con motivo de la edición de «El cuaderno dorado» . Lo que sí recuerdo con viveza fue la sensación próxima, fuerte, de encontrarme ante una mujer de una energía particular, con su pelo blanco, su manera de vestir aparentemente descuidada, muy de inglesa contestataria con el sistema, en definitiva, y de que la tarde se pasaba como volando, como en un instante de fugacidad que podría parecer una eternidad.
Recuerdo que, coqueto uno, le dije que me hubiese gustado tener una abuela como ella, a lo que se prestó de inmediato: «Pero en otro mundo», dijo, riéndose. No me atreví a hablarle de su fascinación. Es un magnetismo especial que le está reservado porque era una persona excepcional y no sólo como artista. Y eso se nota. Doris Lessing siempre me fascinó y no porque considere que su obra es particularmente excepcional, sino porque poseía una coherencia tranquila que en estos tiempos es difícil de hallar , porque esa coherencia está alejada de fanatismos de toda clase, incluso de las adoraciones de sus correligionarios, porque era una mujer de una curiosidad intensa y de un arrojo nada común.
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