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A la cárcel por cristiana

Polémica en Pakistán por el arresto de una niña con síndrome de Down que quemó por error páginas del Corán. A Rifta se le acusa de blasfemia

JAIME LEÓN

Rifta Masih tiene 11 años, es cristiana y sufre síndrome de Down, pero desde el viernes duerme en una celda de la prisión Adiala para adultos. ¿Su delito? Blasfemia por la supuesta quema de varias páginas del Corán o unas hojas con versos del Corán -según la versión- un crimen tipificado en el Código Penal de Pakistán. La detención de Rifta se produjo después de que una muchedumbre amenazase con quemar las casas cristianas del área de Mehrabadi en Islamabad, la capital del país. Alrededor de 600 vecinos cristianos abandonaron la zona por miedo a represalias. Quizás recordaron el pogromo de Gojra de 2009 cuando ocho cristianos, entre ellos cuatro mujeres y un niño, fueron asesinados tras los rumores de que un Corán había sido destruido. Los desplazados han comenzado a regresar a sus casas, pero muchos de ellos han sido invitados a dejar las casas alquiladas a final de mes. El presidente de Pakistán ha pedido una investigación para aclarar la detención de la niña.

«Se oprime a personas en nombre de la religión», afirma Ibn Abdur Rehman, director de la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán. Este organismo considera que la ley de la blasfemia se utiliza principalmente para solucionar rencillas personales, en especial contra las minorías religiosas cristianas, hindú y ahmadi. Y ha calificado la detención de Rifta como «ridículo y bárbaro». El Fórum de Acción de la Mujer, organización que lucha por los derechos de la mujer, describió la detención como «totalmente inhumano».

La también cristiana Asia Bibi, madre de cinco hijos, fue condenada a la horca por cometer blasfemia contra Mahoma. Fue denunciada después de que dos mujeres musulmanas se negarán a beber del mismo vaso que ella. Desde hace dos años está encerrada en una prisión a la espera de la apelación y se cocina su propia comida por miedo a ser envenenada. La defensa de su caso y la oposición a la ley de la blasfemia costó la vida al Gobernador del Punjab, Salman Taseer, y al Ministro de Minorías, Shahbaz Bhatti, el único cristiano en el Gobierno, el año pasado. Probablemente Rifta y Asia están más seguras entre rejas que en la calle donde, como en otros casos, podrían ser linchadas.

Desde que en 1986 el dictador Muhammad Zia ul Haq ampliase la ley de la blasfemia, alrededor de 1.000 pakistaníes han sido llevados a los tribunales por blasfemia contra el Islam. La ley establece la pena de muerte por este delito, aunque nadie ha sido ejecutado. En 2010 una pareja cristiana fue sentenciada a 25 años de cárcel por tocar un Corán sin lavarse las manos. Basta una simple denuncia para ser acusado de blasfemo y no se requieren pruebas. Más de la mitad de los acusados pertenecen a minorías religiosas, que suponen el 4% de la población pakistaní. Según algunos análisis el 12% de los acusados de blasfemia son cristianos, que suponen solo un 1,6% de la población. Si tras enfrentarse a la justicia de los tribunales un sospechoso es declarado inocente, se enfrenta a la justicia popular. Al menos 40 personas han sido linchadas a manos de justicieros islamistas. La última víctima fue rociada con gasolina y quemada viva el mes pasado.

La ley de la blasfemia es quizás el modo más visible de discriminación y opresión contra lo cristianos en Pakistán. En un país de 184 millones de población, los cristianos suman unos tres millones de personas. Ocupan los puestos más bajos de la sociedad y encuentran dificultades para acceder a puestos de trabajo. Un trabajo común entre ellos es la limpieza de letrinas. La Constitución del país prohíbe que ocupen el puesto de presidente o primer ministro.

«Los cristianos son los parias de Pakistán. No tienen acceso al poder ni visibilidad», afirma el padre Miguel Ángel Ruiz, director del Instituto Técnico de Lahore. «En los últimos 10 años la situación de los cristianos ha empeorado, el país se ha radicalizado. Ahora son más vulnerables».

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