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deportes en celuloide (VIII)

«Toro salvaje»: los ganchos de autodestrucción de Jake La Motta

Martin Scorsese y Robert de Niro escarbaron en el sadomasoquismo de un boxeador empeñado en destrozar toda la belleza que le rodeaba

«Toro salvaje»: los ganchos de autodestrucción de Jake La Motta

miguel muñoz

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Al salir del estreno de «Toro salvaje», Jake La Motta le preguntó a su ex mujer: «¿De verdad que yo era así?». A lo que ella respondió: «No, eras peor». La historia del boxeador, campeón mundial de los pesos medianos entre 1949 y 1951, no podía encajar mejor con ese universo atormentado que envuelve a las mejores películas de Martin Scorsese .

Un universo en el que el director escarba en el alma de un pecador torturado por sus demonios. En la búsqueda extrema de una suerte de redención cristiana, que ha dado a sus actores fetiche algunas de las mejores actuaciones de su carrera. Harvey Keitel en «Malas calles» , Robert de Niro en «Taxi Driver» , Ray Liotta en «Uno de los nuestros» ... Scorsese lleva al límite, al igual que Flannery O’Connor en sus cuentos, la parábola de la oveja descarriada. Hay que tocar fondo para encontrar la salvación más auténtica.

Así, Jake La Motta encajaba a la perfección en el catálogo de atormentados que constituye la filmografía del director neoyorquino. Un boxeador sadomasoquista , que jamás retrocede pese los golpes que le caen, dispuesto a recibir el máximo dolor posible. Los cronistas decían que peleaba como si no mereciera vivir. En la durísima escena de la pelea contra Sugar Ray Robinson (que inició su declive al hacerle perder el cinturón de campeón) aparece hecho un pingajo sanguinoliento que no se tiene en pie. Pero aún le quedan fuerzas para pavonearse: «No me has noqueado, Ray»:

Un tipo empeñado, dentro y fuera de los «rings», en destrozarse a sí mismo y a toda la belleza que le rodea. Lo vemos romperle la nariz y llenarle la cara de cicatrices a Tony Janiro , un joven y apuesto boxeador, solo porque su mujer, Vickie, lo considera guapo. Y lo vemos destrozar a la adorable Vickie ( Cathy Moriarty ) a base de celos compulsivos, menosprecios y bofetadas.

Scorsese nunca ha hecho concesiones . La violencia, tanto física como emocional, baña casi todas sus películas. En «Toro salvaje», la cámara se deleita grabando a cámara lenta las brechas abiertas en las caras de los boxeadores, la sangre que salpica al público y las mujeres pisoteadas por hordas de fanáticos enfurecidos del boxeo.

Solo el blanco y negro supone un pequeño descanso, aunque Scorsese no lo adoptó como solución elíptica, sino estética. No quería que el rojo intenso de la sangre desequilibrase la espléndida fotografía de Michael Champman . Además, los tonos de gris reflejaban mejor la época de la narración (los años cincuenta) y, sobre todo, le permitían diferenciarse aún más de «Rocky» , la antítesis de todo lo que representa «Toro salvaje».

Entre el odio y la compasión

El filme está plagado de ganchos que atizan al espectador , directos al estómago. Sabiamente, Scorsese sabe oscilar entre el odio y la compasión hacia La Motta. Inspira desprecio cuando derriba la puerta del baño para pegar a su mujer. O cuando dinamita la relación con su hermano, Joey, por otro ataque de celos. O cuando desfigura a Janiro. Pero también lástima cuando llora desconsolado delante de su padre tras dejarse ganar en un combate. O cuando, ya retirado y hecho una foca, se lanza borracho y gimoteante en brazos de su hermano, suplicándole perdón.

El gran culpable de los sentimientos extremos que despierta La Motta es Robert de Niro , que hizo el papel de su vida. Los 27 kilos que engordó por exigencias del guión son la anécdota más conocida. También los meses que pasó antes del rodaje viviendo y entrenando con Joe Pesci , su hermano en la ficción, para escenificar mejor los sentimientos de fraternidad. Pasaron de no conocerse a ser grandes amigos. Scorsese supo explotarlo. En la escena donde La Motta le pide a Joey que le pegue en la cara , Pesci le propinó golpes de verdad a De Niro. Y éste llegó a romperle una costilla a Pesci en una escena en el gimnasio.

«Toro salvaje» también es la antítesis de «Rocky» porque, mientras la de Stallone es la película ensalzadora del deporte por excelencia, en la de Scorsese el boxeo no es más que un decorado. Un espectáculo que nunca había tenido tanto parentesco con Shakespeare . El «ring» es para el cineasta neoyorquino lo que la batalla de Bosworth, escenario final de «Ricardo III» , fue para el escritor inglés. «Dadme un cuadrilátero, donde este toro pueda atacar», recita La Motta, parafraseando el conocido monólogo de «mi reino por un caballo», cuando deja de dar puñetazos para tirar dardos verbales como monologuista. La cuestión es seguir repartiendo golpes a todo lo que se mueva.

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