Un español tan claro

BAJO el cielo canoso, plomizo, de Madrid los pavos reales del Retiro lloran en el jardín de Cecilio Rodríguez por su alcalde honorario. Existe una antigua foto de Mingote vestido con su sombrero y su banda como los antiguos guardas del parque que tantas veces dibujó de fondo en sus viñetas iluminadas de ingenio y de ternura. El maestro habría sonreído al ver este trajín inesperado de su capilla ardiente, los coches oficiales grandes y negros estacionados ante la puerta donde se suelen fotografiar los chinos con sus limusinas nupciales, las madres con carritos, los jubilados curiosos, los corredores jadeantes parándose a preguntar el motivo de tanto tráfago de gente. Por ahí está el abeto que plantó cerca de la glorieta del Ángel Caído, insólito monumento al demonio levantado en esta ciudad mingotesca que el dibujante embelleció al elegirla como residencia, vecindad, escenario y paisaje.
Hay un Mingote madrileño, castizo y burgués, y un Mingote catalán que firmaba con la torrecilla de Sitges, y un Mingote andaluz de alegre ironía senequista, y un Mingote de todas las Españas surcadas durante seis décadas por sus trazos resplandecientes como relámpagos de agudeza y talento. Es la vida de España, la aventura cotidiana de este país zarandeado y heroico, grotesco y noble, la que nutre esos sesenta años de periodismo ininterrumpido a través del río de tinta de ABC, cauce y testigo de una obra gigantesca. Obra de artista, no sólo de ilustrador o de dibujante; obra de pensamiento urgente condensado, a veces sin palabras, en el fogonazo instantáneo de una imagen, de un gesto, de una sonrisa.
Durante unos años tuve el privilegio de publicar mi columna de ABC junto a la viñeta del genio, el verdadero editorial del diario. Ninguna etapa de mi carrera me ha enorgullecido más que la de construir cada jornada una cariátide de papel con la que sostener apoyada la mejor y más reconocida seña de identidad de este periódico centenario. Ser, simplemente, el que escribía al lado de Mingote representa el mayor honor posible de un gacetillero. La orla de luto que hoy envuelve a esta Casa es el símbolo de una aflicción irreparable y de una orfandad desconsolada. La de saber que, parafraseando a Lorca, tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un español tan claro.
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