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Strauss-Kahn o la pasión por el lujo

Pagaba 5 millones de euros de golpe, sin crédito, por una tercera o cuarta residencia: en París o en Marraquesh

Strauss-Kahn o la pasión por el lujo

JUAN PEDRO QUIÑONERO

Antes de ser acusado del intento de violación a una camarera en un lujoso hotel de Nueva York, Dominique Strauss-Kahn ya era «víctima» de los millones de su esposa, con el añadido de su pasión por los calcetines que usa el Papa, los trajes que visten los banqueros de Wall Street, los coches que solo pueden comprar ejecutivos millonarios y las mansiones que únicamente poseen quienes pueden pagar cuatro millones de euros, sin crédito, por una segunda o tercera residencia.

Para un posible candidato socialista a la elección presidencial, esa pasión por el lujo ya se había convertido en un rosario de ruidosas «caceroladas» mucho antes del estallido del escándalo sexual.

Era el mismo DSK que reconocía en una cena entre periodistas: «Los millones de mi esposa me aseguran una jubilación sin problemas». A los millones de su esposa, Anne Sinclair, heredera millonaria de un legendario marchante de arte, es necesario añadir su renta de ex ministro, su sueldo y posible jubilación (antes del escándalo) del FMI.

Ese patrimonio le permitió comprar una lujosa vivienda en la parisina plaza de los Vosgos, pagando cuatro millones de euros, sin crédito, con un solo cheque. Al poco de contraer matrimonio en terceras nupcias con Anne Sinclair, la pareja se compró una mansión en Marraquesh por un desconocido montante millonario. La pareja tiene otro piso, herencia familiar de la esposa, en el distrito XVI de París.

El escándalo sexual ha revelado que DSK todavía tenía uno o varios pisos más en París, que utilizaba «con fines personales». La periodista Tristane Banon ha contado como DSK le dio cita en uno de esos pisos, donde intentó violarla, según ella. Un apartamento de cerca de doscientos metros cuadrados, sin muebles, donde solo había varias camas deshechas, un par de televisores y un despacho con papeles.

Desde hace años, DSK compartía con un ex primer ministro conservador, Edouard Balladur, su pasión por los calcetines más famosos del mundo, los que vende en Roma la casa Gamarelli. Días antes del estallido del escándalo sexual, en Nueva York, DSK y su esposa ya estaban en la picota por su millonario tren de vida, fotografiados cuando se montaban en un lujoso Porsche Panamera propiedad de uno de sus consejeros en comunicación, que también trabaja para Arnaud Lagardère, uno de los empresarios más ricos de Francia. A la izquierda del PS, ese tren de vida y gusto por el lujo son percibidos con profunda alergia política. Pero la burocracia y los «elefantes» del PS confiaban en la «credibilidad» de DSK, economista brillante y respetado, hasta el estallido del escándalo sexual.

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