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Buscavidas desesperados

Tienen dos cosas en común: son desempleados de larga duración y hacen lo que sea por obtener ingresos. La mayoría usa la red para que algún empresario escuche sus plegarias

VÍCTOR LERENA

TATIANA G. RIVAS

En un país con cerca de cinco millones de parados, donde el número de personas que buscan empleo desde hace más de un año crece mes tras mes hasta rozar los 2,3 millones. En esa estampa en la que se ha convertido España, donde miles y miles de nativos y foráneos, jóvenes y más experimentados tienen poca o ninguna salida laboral. En este gran rincón de defenestrados es donde el ser humano agudiza su ingenio y, desesperanzado, está dispuesto a hacer lo que sea por sobrevivir devolviendo las espaldas al Estado: trabajos irregulares, posibles robos, sexo, dejarse explotar por trabajos «basura», abandonar a la familia por un oficio o emplearse de forma interna por menos de un euro la hora.

Son los buscavidas que se resisten a caer en la capital, la misma que, a su juicio, debería ofrecerles más oportunidades. Son aquellos que se definen con una sola frase en la red de redes: «Estoy desesperado».

Patrick Assouan

Recoge maletas en la T1 de Barajas

«Me saco más de 60 euros llevando maletas y esperando filas»

Como si Walter Hawkins hubiera resucitado, todas las mañanas, las puertas de embarque de la 100 a la 200 de la Terminal 1 del Aeropuerto de Barajas se inundan con la música gospel que entona Patrick Assouan, un buscavidas impertérrito que no pierde su blanca sonrisa ni un momento. Lleva cuatro meses en el aeródromo madrileño llevando maletas y ayudando a quien pueda precisar de su orientación.

Cada día controla los vuelos que salen y, en función de los mismos, estudia a la perfección los coches que llegan a la terminal. «Me saco unos euros con las maletas, esperando filas y asesorando a la gente. No me interesan los ejecutivos, que normalmente realizan viajes relámpago y no llevan gran equipaje. Estoy muy pendiente de los emigrantes, porque la gente vuelve, y esos sí que llevan para cargar». Interrumpe la conversación: «Ahí voy, ese puede ser uno». Comienza la sintonía espiritual a la caza de un posible pagador mientras empuja el carro vacío. Todas las miradas se dirigen hacia él. Su voz, sin duda, es celestial.

Del coche bajan cuatro viajeros rumanos. Sin perder la simpatía que desborda, Patrick chapurrea su lengua. Las víctimas de sus encantos sonríen a la vez que le confían su equipaje. Tras llevarles hasta la fila, los clientes secuestrados le entregan dos euros. «Sé algo de rumano, pero me manejo a la perfección con el inglés, el francés, el español y el portugués.

Con un vaivén de carros, así se pasa todos los días este hombre desde las ocho de la mañana hasta «las tres, las cuatro, las seis de la tarde... en función de los vuelos», sostiene. Llegó a España hace diez años. Trabajó como «gorrilla», albañil, profesor de musculación..., «he hecho de todo», matiza. No quiere decir lo que gana diariamente, pero asegura que más de 60 euros. Patrick, de 50 años, es de Costa de Marfil, donde le espera su mujer y sus dos hijos y su picadero de caballos, su pasión. «Estoy esperando la tarjeta de residencia. Cuando Extranjería me la dé, me vuelvo».

Ahmed

Multiusos en la T1 de Barajas

«Por 5 o 10 euros imprimo a los viajeros tarjetas de embarque»

Ahmed (nombre ficticio) tiene «un trabajo de suerte», o lo que es lo mismo, a la suerte de lo que le quieran dar. Además de hacer labores similares a las de Patrick, este marroquí de 30 años imprime tarjetas de embarque. Tiene un coche aparcado fuera del aeropuerto con un ordenador y una impresora. «Hay veces que la gente se olvida las tarjetas de embarque. Aquí hay muchos ordenadores, pero no hay impresoras, así que por 5 o 10 euros voy a mi coche y se los saco. Si tengo que hacer alguna gestión mayor, como cambiar un nombre con el que se han equivocado y que me lleva varios días, ya cobro algo más. Por lo demás, lo que me quiera dar la gente».

Cada día, antes de marcharse del aeropuerto, examina los vuelos previstos para el día siguiente. Escoge los que para él son más interesantes: árabes, franceses, «los que llevan mucho equipaje».Entre unas cosas y otras afirma sacarse de 1.000 a 1.200 euros mensuales desde las ocho de la mañana hasta las 16.30 de la tarde de lunes a domingo.

La mayor parte de lo que gana lo envía a Marruecos. «Tengo que mantener a mi familia: dos hermanas, un hermano, mi mujer y mi hijo, de dos años». Ahmed lucha cada día en el aeropuerto para poder conseguir traer a su esposa a España. «Estuve parado más de nueve meses. Se me acabó el paro y me busqué la vida como pude. Hay que comer. Vine a acompañar a un amigo al aeropuerto y vi que era un negocio ayudar a la gente que tanto pregunta», apunta.

Jesús Marín

Albañil interno

«Estoy de lunes a sábado sin ver a mi familia por 20 euros al día»

Jesús Marín lleva siete meses en el paro. Su mujer está también desempleada y tienen dos bocas más que alimentar. Este hombre lleva toda la vida aferrado a la construcción. «Ya habíamos atravesado otras épocas de crisis, pero habían durado uno o dos meses. Ahora se me cae el alma al suelo cada vez que pienso en cómo estoy», comenta.

Jesús deja el siguiente anuncio en un portal de empleo: «Busco trabajo de lo que sea. Estoy desesperado. Trabajo horas sueltas, días sueltos, etc. Persona seria y responsable». Este hombre vive con su familia en San Sebastián de los Reyes. Tras varios meses de espera, lo único que le ha salido es un trabajo «poniendo ladrillos en unas caballerizas de El Bellón». Dada la distancia y el precio del transporte, Jesús tiene que dormir en este lugar de lunes a sábado. El domingo es el único día que le queda libre para disfrutar de su familia.

«Se aprovechan de cómo está la situación. En este lugar estoy trabajando 12 horas por 20 euros diarios, pero bienvenidos sean», dice con tono apagado. Espera encontrar algo mejor, pero a sus 40 años tampoco es demasiado optimista. «Tengo más anuncios para reparar cosas, pero tampoco llaman mucho», señala. Miguel Rodríguez

Miguel Rodríguez

Chapuzas temporales

«Se me ha pasado por la cabeza robar. Dan ganas de ir a un banco»

«Al borde de hacer algo». Titula su reclamo. «Estoy ya desesperado sin encontrar trabajo. Tengo 41 años. Soy español, casi sin poder comer. Encima me he quedado sin pareja. Se ha llevado todo», concluye. Este anuncio lo colgó Miguel hace un mes. «Llevo dos años en el paro. Con hacer algo me refiero a que se me ha pasado por la cabeza robar. Dan ganas de ir a un banco, la verdad». Miguel era conductor de taxi y después de su separación, su mujer se quedó con la vivienda. Ya no cobra subsidio y no tiene empleo ni techo para pagar, pero está dispuesto a trabajar de lo que sea.

«Gracias a mi hermano no estoy en la calle. Vivo de la caridad», se lamenta. Miguel solo ingresa lo que obtiene de algunas «chapuzas que me salen, pero nada fijo. Como mucho puedo obtener 300 euros al mes ¿dónde voy con eso si tengo que pagar un coche?», pronuncia dolido. Se niega a venderlo, ya que su experiencia es de conductor. «Si me quedo sin él ya sí que no tengo nada», argumenta.

No le gusta molestar a nadie, dice una y otra vez, y reconoce que tiene altibajos diarios. «Si te da por ponerte a pensar, te vienes abajo», comenta. Cuelga el teléfono sin mucha esperanza de encontrar estabilidad. Sus palabras de despedida suenan con gran desánimo.

Marcos

Pluriempleado precario e inestable

«He pensado en regresar a mi país, pero solo lo haré si vivo bajo un puente»

Después de dos años desempleado y tras dejar medio millón de currículos por toda España, Marcos, de 34 años, decidió poner el siguiente anuncio en una página de empleo: «Soy chico ecuatoriano que busco trabajo desesperado. Me ofrezco para el cuidado de personas mayores de interno o externo, ya que no cobro paro ni nada de ayuda económica. Si alguien me quiere dar trabajo se lo agradecería. Tengo documentación en regla». De esos 500 currículos, Marcos revela que sólo le llamaron de un sitio, «pero no me cogieron». Ha pensado en tirar la toalla y volver a su país, pero su carácter es positivo y se ha hecho una promesa: «No regresaré a menos que me vea viviendo bajo un puente». Por el momento, este hombre se las apaña con lo que gana cuidando a unos niños algunas mañanas y trabajando de camarero los fines de semana. «Esto no me da para vivir en Madrid. Los empresarios se aprovechan de la situación. Tengo la suerte de que vivo con mi prima, con la que comparto habitación, aunque ella se encarga de pagarla», detalla.

Marcos no piensa renunciar a su sueño español: «Me ha costado mucho sacrificio estar aquí. No me rendiré como sea»

José Luis Melo

Empleado ocho días al mes

«Mi esposa y yo hemos barajado que me vaya a otro país o ciudad»

La situación de José Luis Melo, de 35 años, su esposa y su niño de diez años es similar a las narradas. José Luis lleva en el paro desde diciembre de 2007. Por suerte, viven en casa de sus suegros, lo que les permite sobrevivir con los 500 euros que este hombre obtiene de trabajar ocho días al mes. Ante la falta de salidas, ella se encarga de cuidar al niño y, de momento, no son muy pesimistas. «Siempre pensamos que podría ser peor. De todos modos, hemos barajado que yo me vaya a trabajar a otro país o ciudad para salir de esta situación», sentencia. Lo importante, además de encontrar un empleo, es que el pequeño no se dé cuenta de la situación que la familia atraviesa. 1

Carlos Francisco Ciudad

Prostituto a la desesperada

«He decidido prostituirme con hombres y mujeres. Es de lo que hay trabajo»

«Llevo diez años en España, dos sin cobrar por no tener trabajo y tengo dos hijos de mi mujer que alimentar, de 17 y 9 años». Carlos, de 30 años, se dedicaba a la construcción, como los cerca de dos millones de desempleados que ha dejado este sector. Este cubano asegura que ahora llegan a fin de mes gracias a lo que les proporciona Cáritas —solo comida— y una ayuda económica de su madre. Dada su situación, «he decidido prostituirme con hombres y mujeres. Es de lo único que hay trabajo», informa. Y lo ha llevado a efecto. Este oficio lo desempeña con la conformidad de su mujer. «Hay mucha confianza», asegura. Carlos sabe lo que no quiere y es tener que vivir sin suministros por impagos como les ha pasado los últimos meses. «Antes esto que nada».

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