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ABC Cultural

FERIA DE FALLAS

El Juli sigue mandando

Este domingo, Toros de Jandilla para Paquirri, el Fandi y Alejandro Talavante

EFE

ANDRÉS AMORÓS

Comienza la Feria de Fallas con una auténtica «mascletá»: un gran cartel. La Plaza, reinaugurada, ahora es mucho más cómoda. El AVE nos deja al lado. Los arroces suntuosos nos esperan. Hasta el sol parece sumarse a la Fiesta: ¿qué más se puede pedir?

El coso de la calle Játiva guarda recuerdos de Juan Belmonte e Ignacio Sánchez Mejías; de las rivalidades de Manolete y Arruza, de Luis Miguel y Ordóñez; de la alternativa de Aparicio y Litri, con el sorteo para decidir quién era más antiguo... Echo hoy de menos a Jaime Marco, «El Choni», buen torero y exigente aficionado; a Manuel Montoliú padre, caballero ejemplar...

El Juli mandó en el toreo en el 2010 por técnica, ambición y afición. ¿Será capaz de mantener ese nivel esta temporada? Es capaz. El momento culminante de la tarde es el tercero, el mejor toro de la muy floja corrida, pero El Juli sabe aprovecharlo de principio a fin, sin un resquicio. Lo recibe ya con buenas verónicas, cargando la suerte. Lo cuida en varas. La faena de muleta demuestra su dominio absoluto: pases naturales y cambiados, por uno y otro lado, de frente y por detrás. Le deja la muleta en la cara, lo lleva prendido. Le funciona la cabeza: cuando se apaga, le busca las vueltas con circulares. Es faena clara de dos orejas, que se queda en una por pinchar una vez.

El sexto, corto, saltarín, pega arreones. A base de aguante y mando, lo va metiendo en la muleta y acaba imponiéndose. La faena es menos limpia que la anterior pero tiene vibración: el diestro se justifica.

Debo señalar un lunar. Aunque suele matar con gran eficacia, El Juli ha cogido un tranquillo que puede resultar excesivo: el salto que pega antes de hundir la espada. A veces, incluso, entra a matar a paso de banderillas. Ninguna de las dos cosas responden a la ortodoxia de la suerte suprema. Pero, en conjunto, la actuación del Juli es arrolladora.

Si era ésa la cumbre, la sima de la tarde es el quinto toro, que se derrumba estrepitosamente, en la faena de muleta, y no consiguen levantarlo los peones ni el matador: tienen que apuntillarlo. ¡Qué espectáculo lamentable! Y eso que muchos ganaderos no paran de decir que los toros ya no se caen...

Está en su año de despedida Vicente Barrera. Se inició tarde en el toreo, después de haber estudiado, sin necesidad económica. Su toreo vertical, amanoletado, ilusionó a buenos aficionados valencianos, como los poetas Francisco Brines y Carlos Marzal.

Los dos primeros toros, de Cortés, en la línea Atanasio, son flojos y deslucidos. El segundo, además, es muy distraído. Aunque Barrera está firme, la faena se diluye: falta fuego, pasión. En esta tierra, eso resulta imperdonable.

Cae un chaparrón

Al concluir la corrida, cae el anunciado chaparrón (¡qué bien hubiera venido la proyectada cubierta!) y la gente huye pero Barrera pide el sobrero. Lo brinda a sus dos compañeros, que no han puesto inconveniente, y se muestra voluntarioso. El toro acaba rajado, en toriles, y Vicente, de rodillas. La estocada, entrando decidido, y el cariño de sus paisanos pone en sus manos una orejita.

Eso no obsta para que opinemos que la moda del sobrero —iniciada el otro día por Juan Mora en Vista Alegre— no debe extenderse, salvo circunstancias de verdad excepcionales. Puede ser un dato más para quitar seriedad a la Fiesta.

Sigue sin tener suerte Ponce en su Plaza. El primero, de Cortés, soso, noble, con poca fijeza, transmite poco. Enrique lo lidia con maestría, dibuja buenos muletazos pero falta emoción. El cuarto es muy flojo, se cae varias veces. Ponce lo brinda al público, hace el esfuerzo, le va sacando con sabiduría lo que apenas tiene... Todo se queda en detalles mandones y pintureros.

Los tres espadas brindan su primer toro a la señora de Benlloch, que ha sufrido una desgracia familiar. Se aplaude mucho al banderillero Vicente Cabanes.

Dos conclusiones claras de la tarde: primera, El Juli sigue mandando. Segunda, con toros flojos, que se caen, no cabe la emoción. ¿Hasta cuándo tendremos que seguir repitiéndolo?

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