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Alejandro Valverde supera la crono y es virtual campeón de la Vuelta

En invierno, a Valverde le impusieron una condición para cobrar su millonario sueldo: prohibido trabajar. Mientras en Murcia la bancarrota del negocio del ladrillo amontonaba gente en la cola del paro, al ciclista del Caisse d´Epargne le obligaban a sestear en el sofá. Nada de bicicleta. «Sólo iba de paseo con los críos». Vida de jubilado. Eusebio Unzúe, su director, le condenó a dos meses y medio sin bicicleta. Sólo un día se saltó la prohibición. Salió en busca de sus compañeros, de Luis León Sánchez, de Rojas, de Fran Pérez... Todos llevaban semanas de rodaje. Marchó con ellos hacia la Cresta del Gallo, su cuesta, el lugar donde celebró su boda. Y se quedó tranquilo: los machacó. Sonrisa de alivio. Volvió al sofá. A entrenar su paciencia. Con ella, hoy recogerá en Madrid su hasta ahora mejor trofeo: la Vuelta.

Si a Valverde lo metieran en un molinillo saldría pólvora. De chaval, como lo ganaba todo, los padres de los otros niños le miraban mal: «Me decían que me fuera a casa». Sobre su almohada colgaban dos fotografías: la de Induráin y la de Jalabert. Buena mezcla: el pequeño Alejandro quería ser como el navarro y es como el francés. Equipado de serie para todo tipo de carreras, salvo el Tour. Con la proporción ideal entre fibras musculares rápidas y lentas. Veloz y fondista. Es «Jalabert» y quiere ser «Induráin». Para eso le queda París. Hoy da un paso. Recogerá su primera Vuelta.

Ayer, el escocés David Millar ganó la vigésima etapa de la que ya es la Vuelta de Valverde. Por cinco segundos, Millar le quitó la victoria a Samuel Sánchez, segundo en la contrarreloj de Toledo y segundo en la general. El tercero en ambas listas es Evans, que apartó del podio a Basso. Valverde se limitó a llegar, sin riesgos.

Samuel, su rival, inició la etapa juramentado. En la rampa, se agarró a la barandilla y apoyó con el impulso del brazo a sus dos piernas. Salto. Samuel sacó punta al lápiz. Aventajó en 4 segundos a Valverde en la primera referencia. Escaso margen. En la general, el líder le aventajaba en minuto y medio. Un mundo. Valverde, además, ya no es el que era. Disfrutó. Calculó. «Este año no gano etapas, sólo vueltas». Otra sonrisa. Caza mayor. Las piezas menores son para otros: para Millar la etapa; para Samuel y Evans, el podio; para Basso la última decepción, y para Mosquera, el capítulo final de su mala suerte: «En la Vuelta me ha pasado de todo, caídas, la sanción... Hoy he pinchado. Lo que me faltaba». Quinto de la Vuelta, por delante de otro dorsal sin fortuna: Gesink, aún con la venda que tapa su accidente en Talavera.

Valverde acabó tercero en la Vuelta 2003. Segundo en la de 2006. En el Tour 2007 se descorchó antes de tiempo en el Galibier y luego lo pagó. «Corría sin pensar». Desbocado. Ahora ha aprendido a gestionar sus fuerzas. Ha descubierto su sangre fría. Antes sólo miraba hacia las pancartas. Mecha para su pólvora. Resulta que para morder mejor tenía que correr con bozal. El depredador se ha vuelto paciente. Muerde menos, pero más hondo.

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