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Una imagen vale más que mil quejíos

La historia documentada del flamenco no es mucho más vieja que la de la fotografía. Casi todo lo que se sabe sobre lo jondo -que es mucho menos de lo que algunos propugnan-, está fotografiado. Y hay un paralelismo crucial entre ambas artes que ha facilitado a los investigadores la construcción del croquis flamenco: la estética de la foto se corresponde casi siempre con la estética del género cabal en la fecha en la que fue tomado el retrato. Las fotos que a lo largo de casi dos siglos han mostrado imágenes flamencas arrojan mucha más información que la meramente artística o emocional. Dicho de manera más definitiva: las fotos de flamenco cantan.

Por eso la exposición que se celebra en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo hasta el próximo 30 de agosto tiene una sonoridad inexplicable. «Prohibido el cante» es una muestra de cariz excepcional, pero no sólo por la cantidad de fotografías y de fotógrafos de primer nivel que ha logrado reunir en torno a lo jondo, sino porque es un símbolo de la rebeldía flamenca. Canta en silencio para esquivar la proscripción a la que legendariamente ha estado sometida la queja andaluza hasta que logró convertirse en un arte universal de alta alcurnia. Porque «Prohibido el cante. Flamenco y Fotografía», cuyo comisario es el propio director del CAAC, José Lebrero, reúne en el Monasterio de la Cartuja más de 200 imágenes de 80 autores internacionales. Nombres tan célebres para la historia de la fotografía como Ortiz Echagüe, Pierre Verger, Brassai, Martin Parr, Harcourt o el mítico Robert Capa aportan obras a la muestra. Se trata de imágenes que tomaron mientras trabajaban en otros asuntos, pero esos encuentros esporádicos con el flamenco están cargados de significación, pues, en su mayoría, ofrecen una perspectiva del género desde sus afueras. Todo lo contrario de lo que ocurre con otros autores como Colita, Carlos Saura, Carlos Arbelos, Pepe Lamarca o Paco Sánchez, que aportan obras a la exposición que están realizadas desde las propias entrañas de este arte. Buena prueba de ello es la pieza de Pablo Juliá en la que aparece Camarón a pecho descubierto. Esto es: la frontera que los propios flamencos colocan para permitir o denegar el acceso a quienes se arriman a este mundo está perfectamente perfilada en esta exposición. Y hay más: la fotografía más antigua fue tomada por el francés Gustave de Beaucorps en Granada en 1858. Se trata de un daguerrotipo en el que aparece un gitano asido a una guitarra con actitud sedentaria.

Y apenas unas décadas después, una de las primeras mujeres en ponerse tras la cámara, Dora Philippine Kallmus, conocida como Madame d´Ora, fotografía en su estudio de París a Antonia Mercé La Argentina para componer una obra en la que el movimiento empieza a vislumbrarse tras la pose. Otro dato se infiere, por tanto, de la contemplación de ambas piezas: en Granada, el flamenco del siglo XIX era estático; en París, apenas unos años después, todo se movía.

Porque desde el mayestatismo de Beaucorps al de Ruvén Afanador, que regresa a Sevilla después de su paso por la Bienal con una foto de Falete, hay dos siglos de movimiento. El flamenco huye del inmovilismo en la imagen que Bettmann recogió de Los Beatles a su llegada a Londres tras su gira por España en 1965 -Lennon haciendo un desplante con sombrero cordobés-, al tiempo que se aferra a sus raíces en la fotografía que Gyenes hizo a las manos de Carmen Amaya. Todo está mezclado en esta muestra que pone en el escaparate dos siglos de jondura y de fotografía, de Argentina, Farruco y Juan Valderrama frente a Capa, Cartier-Bresson, Emilio Beauchy, Gilles Larrain, Inge Morath, René Robert, Emile Zolá o el gran Man Ray.

Hasta ahora no hay convenio cerrado para que esta exposición, que está coproducida por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, viaje a otros espacios expositivos, por lo que la cita es excepcional también en este sentido. Y no hay que olvidar un último dato crucial: no se expone la historia del flamenco en su totalidad, ni la de la fotografía, pero sí se exhiben historias jondas y fotográficas que hasta ahora estaban perdidas en los archivos. El caso de Som Cerezo y su imagen titulada «Ozú, qué mala sombra» lo demuestra. Una gitana reza ante un muro que está invadido por la sombra de un guardia civil. La foto es de principios de los sesenta y no sólo perfila la situación de lo jondo en ese tiempo, sino de España. Pero el fotógrafo, pese a tan magistral obra, no era conocido hasta que el comisario, Lebrero, se empeñó en rescatarlo. Porque ésa es la clave de la muestra: rescatar quejíos que valen más que mil imágenes e imágenes que valen más que mil quejíos.

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