Suscribete a
ABC Premium

El triángulo de las traiciones Max Brod, su amante, las hermanas Hoffe... El legado de Franz Kafka: la más kafkiana de sus pesadillas

A casi cien de la muerte de Franz Kafka, repasamos el particular ‘proceso’ que vivieron los textos que él mismo encargó que se quemaran tras su fallecimiento. Una auténtica pesadilla kafkiana en la que Max Brod —el amigo ‘traidor’ que, en vez de incinerar sus obras, las publicó— fue también traicionado por las mujeres que debían donar a Israel los papeles inéditos del genio checo y acabaron enriqueciéndose a costa de ellos.

Miércoles, 02 de Agosto 2023

Tiempo de lectura: 8 min

Kafka soñaba con venir a Tel Aviv y abrir un restaurante. Quería ser camarero». Sorprendentes palabras, sin duda. Pero no se trata sólo de la revelación de un episodio desconocido de la biografía de uno de los escritores más enigmáticos del siglo XX. Es una frase llena de intención, pronunciada en la primera década de los 2000 por Meir Heller, el abogado de la Biblioteca Nacional de Israel, que durante años se enfrentó tenazmente con las hermanas Eva Hoffe y Ruth Wisler para conseguir uno de los tesoros ocultos de la literatura occidental: los manuscritos que el autor de El proceso legó a su amigo Max Brod, el escritor y periodista que debía destruirlos cuando Kafka muriera y que, por el contrario, los conservó y publicó.

Ambos se habían conocido en 1902, cuando un joven Brod dictó una conferencia en la Universidad de Praga sobre Schopenhauer. Al final de la charla, Kafka se acercó a hablar con él. Se fraguó así una amistad que sobrevivió hasta el final de los días del 'padre' de Josef K, el emblemático personaje de El proceso.

alternative text
Los papeles de kafka. Fragmento de 1910 de los Diarios, de Kafka, con dibujos hechos por él mismo.

Fue entonces cuando —ya cerca de su muerte: la tuberculosis acabó con él en 1924—, Kafka dirigió una carta a su viejo amigo. Comenzaba así: «Querido Max, mi última petición. Todo cuanto dejo debe ser quemado sin ser leído...». Su querido Max, con todo, desoyó sus deseos. Y así sus obras se salvaron de la quema universal, como la ya citada El proceso o El castillo, publicadas sólo de manera póstuma, cuando el antiguo colega se convirtió en editor.

Con sus más de 70 años, Eva Hoffe se opuso, con uñas y dientes, gritando, a que el juez abriera las cajas en las que estaban los originales

Gran parte de los documentos que el escritor dejó permanecieron, sin embargo, inéditos hasta hace algo más de cinco años. Se trata de un gran número de documentos que durante más de una década se disputaron el Estado de Israel y las hermanas Hoffe, hijas herederas de la que fuera secretaria —y amante— de Max Brod: Esther Hoffe. Aquellos preciados papeles —entre los que hay muchas cartas de la propia mano de Kafka, manuscritos de sus textos (como el cuento Un médico rural y Preparativos de boda en el campo), e incluso dibujos del escritor– tuvieron una azarosa existencia con esperpénticos episodios. El principal, ejecutado por Esther Hoffe tras la muerte de Max Brod: su antigua secretaria optó por incumplir el testamento de Brod, según el cual su propio patrimonio, incluidos los restos de las obras literarias de Kafka, serían entregados a un archivo público de Israel. Hoffe, por el contrario, vendió buena parte de ellos en una subasta y se hizo rica.

Incluso en 1988, Esther Hoffe vendió en Sotheby’s el manuscrito original de El proceso, por 2 millones de dólares, una suma enorme en aquel momento. El comprador entregó el manuscrito al Archivo de Literatura Alemana en Marbach am Neckar, en el sur de Alemania, en una de cuyas bóvedas permanece aún hoy, no sin polémica, ya que Israel también reclama su propiedad. En otra ocasión, Esther llegó incluso a ser detenida cuando se disponía a abandonar Israel: en su equipaje le encontraron el diario personal de Max Brod y las fotocopias de dos cartas manuscritas de Kafka. Aunque nunca llegó a probarse, se suponía que se disponía a vender el material en el extranjero.

alternative text
Trío de traiciones. Antes de morir, en 1924, Franz Kafka pidió a su amigo Max Brod (izda.) que quemara sus obras. Brod incumplió su promesa y se convirtió, de hecho, en el editor de los libros que debía quemar. Años después, su secretaria y amante, Esther Hoffe (a la izda., con él), le devolvió la 'traición' al no legar todo a Israel, como Brod quería, y subastar, en cambio, una parte del material, haciéndose rica, y legando el resto a sus hijas, Eva y Ruth.

El último de estos esperpénticos episodios, hace ya siete años, fue cuando el Juzgado de Familia de Tel Aviv ordenó que se abrieran diez cajas fuertes alojadas en sendas oficinas del Discount Bank de esa ciudad y en un tercer banco, el UBS de Zúrich, propiedad de las hermanas Hoffe. El juez Koppelman Talia pretendía que se creara un inventario del contenido de aquellas cajas para discernir si debían ser propiedad del Estado de Israel o de las hermanas, que lo habían heredado de su madre, fallecida pocos meses antes, a sus 101 años. El argumento de las autoridades israelíes fue el siguiente: Kafka era judío y había expresado su deseo de vivir en Tel Aviv; de ahí las palabras del abogado citadas al inicio de este reportaje. Kafka, además, al igual que su amigo Max Brod, había pertenecido al círculo judío alemán de Praga. Y aunque había fallecido antes de que existiera el Estado de Israel, se le atribuía así un valor simbólico en la causa sionista.

Las dos hermanas, sin embargo, consideraron que se estaba violando su propiedad privada y se opusieron con uñas y dientes a la apertura de esas cajas fuertes. Literalmente. Cuentan algunos testigos que, con sus más de 70 años, Eva Hoffe se presentó en las oficinas del Discount Bank de Tel Aviv para tratar de impedir el acceso del reducido grupo que, armado con una orden judicial, se disponía a estudiar el contenido de seis cajas fuertes donde se guardaba su herencia. «¡Es mía, es mía! ¡No la abran!», dicen que gritaba. Pero las instrucciones del juez pesaron más que sus palabras.

alternative text
La 'última heredera'. Eva Hoffe murió en 2018, a sus 85 años, en Tel Aviv, donde vivía sola, con decenas de gatos. Hasta el último de sus días luchó por apelar y reabrir la causa judicial que le había arrebatado el legado de Kafka. No dejó descendencia. Su hermana, Ruth Wisler, murió unos años antes, durante el proceso judicial. La sobreviven dos hijas y varios nietos.

Una vez abiertas las cajas fuertes de Tel Aviv, los abogados de una y otra parte, así como un comité de expertos destinado a elaborar un listado con las pertenencias, comenzaron a abrir el tesoro que hoy todo el mundo ya conoce. La escena se repitió una semana más tarde, cuando el equipo al completo se desplazó hasta Zúrich para hacer lo propio con cuatro cajas más alojadas en el banco UBS de aquella ciudad. De nuevo, Eva Hoffe no tuvo éxito.

El origen

¿Cómo llegó ese tesoro hasta allí? Vayamos al origen. Durante años, todos los papeles de Kafka permanecieron en casa de Max Brod, en Praga. Pero en 1939, cuando los nazis estaban a punto de ocupar la ciudad, Brod escapó, como tantos otros miembros de la comunidad judía. Se embarcó en una nave con destino a Palestina, entonces bajo protectorado británico, llevando consigo sus propios diarios y los papeles que le había dejado el genio checo. Allí Brod conoció a una joven judía llamada Esther Hoffe, que se convirtió en su secretaria —se dice que era también su amante— y permaneció a su lado hasta el día de su muerte, en 1968.

A lo largo de su vida, Max Brod cedió gran parte de los documentos a instituciones como la Universidad de Oxford. Pero Esther Hoffe heredó los papeles que todavía eran de su propiedad, algunos de los cuales ella misma —con conocimiento de Brod— había transferido a Zúrich en 1956. Y es que Brod y ella temían que la crisis del Canal de Suez, que desembocó en la llamada Guerra del Sinaí, pusiera en peligro los preciados documentos.

alternative text
Dora Diamant. Esta judía ortodoxa, víctima del nazismo, fue compañera de Kafka en 1923. Hasta conocerla, él vivió indiferente a su origen judío. Dora fue decisiva en su interés final por el judaísmo.

Max Brod dejó escrito en su testamento que los papeles debían pasar a manos de la Biblioteca Nacional de Israel, en Jerusalén, la Biblioteca Municipal de Tel Aviv o cualquier otro archivo público en Israel o en el extranjero. De nuevo, un último deseo que caería en el olvido. Estas palabras, con todo, fueron otro de los argumentos esgrimidos por Israel para reclamar la propiedad de los valiosos documentos y, sin duda, uno de los que la justicia consideró de más peso. Hasta tres instancias legales diferentes de Israel —los tribunales de familia y de distrito, así como la Corte Suprema— rechazaron la demanda de Eva Hoffe y su hermana de conservar los documentos y les exigieron entregarlos a la Biblioteca Nacional. El Tribunal de Distrito de Tel Aviv dictaminó que la madre de las hermanas, Esther Hoffe, había causado con sus acciones una «injusticia escandalosa» a la herencia literaria de Kafka. Dictaminó a su vez que la familia Hoffe se había aferrado a los escritos «ilegalmente» y los jueces no se cortaron en criticar duramente a Eva Hoffe por insistir en su demanda de retener el valioso legado.

alternative text
El 'heredero' de un genio. Max Brod con Kakfa. Frente a una amenaza real  y con Kafka ya fallecido, Brod escapó de Praga a Palestina en 1939, antes de la invasión nazi. Llevaba consigo valiosos originales del autor de La metamorfosis.

Al margen de la sentencia que las desposeyó, ni Esther Hoffe ni sus hijas habían gozado nunca de una buena reputación en Tel Aviv. Ya antes del juicio, se las había acusado siempre de haber dilapidado el legado en sucesivas ventas y de no mantener en las condiciones adecuadas un material que podría haber sufrido roturas y deterioros. Eva Hoffe vivía, de hecho, en un pequeño piso de Tel Aviv, en la calle Spinoza, que, pese a las repetidas críticas de los vecinos que protestaban por el mal olor, ella compartía con decenas de gatos. La parte demandante hizo pesar también ante la justicia que aquel no era un lugar adecuado para preservar unos documentos que debían estar a la vista de todos. Eva Hoffe, por contra, denunciaba sucesivamente robos en su casa... Todo el asunto era tan turbio que muchos dudaban de si aquellos supuestos asaltos no serían una estrategia más de las Hoffe para despistar a las autoridades y seguir vendiendo clandestinamente el material que, supuestamente, les robaban.

Nada hace pensar en la actualidad que aún queden episodios de esta novelesca historia –es ya un lugar común atribuirle el apelativo de 'kafkiano' al azaroso devenir de los papeles—, pero mientras queden herederos de las Hoffe nada puede descartarse. Una de ellas, Eva, murió sin descendencia; no así su hermana, Ruth Wisler, la más moderada y conciliadora de las dos, fallecida a sus 80 años, en 2012, durante el proceso judicial, que habría contribuido al deterioro de su salud. A Wisler la sobreviven dos hijas y algunos nietos...


Artículo solo para suscriptores
MÁS DE XLSEMANAL