Lavado mental con LSD
Lavado mental con LSD
Viernes, 05 de Diciembre 2025, 10:20h
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Cuando ingresó en el centro médico Allan Memorial Institute de Montreal (Canadá), Mills Sowchuk era un joven de 27 años. Acudió a aquella prestigiosa clínica canadiense para tratarse el asma. Entró sano y atlético, y salió balbuceante, torpe e incapacitado para siempre. En aquella institución recibió 54 tratamientos de electroshock de alto voltaje, que le provocaron convulsiones, pérdida de conciencia y contracciones musculares violentas. A otro paciente, el señor Tanny, también lo sometieron a 27 días seguidos de electrochoque. «Los médicos dijeron que estaban desanimados porque mi padre seguía pidiendo ver a su mujer, se empeñaba a pesar de todo en mantener vínculos con su vida. Así que continuaron con las descargas otros treinta días», contó su hija Lana años después.
Sin saberlo, los señores Sowchuk y Tanny, al igual que otros miles de ciudadanos norteamericanos, fueron cobayas humanas de un plan de la CIA que pretendía reestructurar mentes e implantar en ellas ideas nuevas.
Profesores, médicos eminentes, universidades de primera fila como Georgetown, instituciones de prestigio y cumplidores y fieles funcionarios federales participaron en prácticas aberrantes orquestadas por la CIA para el control del comportamiento y destrucción mental en programas secretos abominables llevados a cabo entre 1952 y 1973. Las realizaron personas respetables auspiciadas y pagadas por la CIA. La Guerra Fría se encontraba en su apogeo y los servicios secretos de Estados Unidos estaban muy preocupados porque algunos soldados que habían estado prisioneros en Corea regresaban a casa con ideas comunistas. Esto les hizo creer que la URSS y China dominaban técnicas de control mental. Temieron quedarse atrás y que sus agentes pudieran ser víctimas de lavados de cerebro operados por sus enemigos. Se respiraba tensión y paranoia, eran los tiempos de la caza de brujas, de las delaciones y el pánico ante el comunismo. Así que se aprobó un presupuesto de 25 millones de dólares para sufragar los experimentos psiquiátricos, casi siempre sin que las víctimas –la mayoría de ellas, ciudadanos estadounidenses corrientes– lo supieran, aunque hubo voluntarios, médicos y agentes que experimentaron en sí mismos tomando dosis de LSD y otras drogas.
Estos experimentos federales contribuyeron, paradójicamente, a la expansión lúdica del LSD: también eran los años del fervor hippy. Fueron prácticas que después sus responsables intentaron ocultar, pero que salieron a la luz a finales de los años setenta gracias a una investigación periodística y a una comisión del Senado.
Se desvelaron, sí, pero sus responsables salieron indemnes. Es un caso que no se ha cerrado del todo. Algunas víctimas –las pocas que denunciaron– recibieron pequeñas indemnizaciones; el presidente Gerald Ford se reunió con las familias de otras, pero la mayoría de ellas quedaron destruidas sin ningún tipo de compensación o disculpa. Ahora sale a la luz nueva información gracias a la desclasificación de documentos que se salvaron de la destrucción de pruebas que en 1973 lideró el entonces director de la CIA Richard Helms. Y las evidencias de esta mayúscula infamia siguen provocando escalofríos y pavor.
En las torturas a ciudadanos inocentes participaron profesionales de prestigio como el director del Allan Memorial Institute, el eminente psiquiatra Donald Ewen Cameron, presidente, entre otras, de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y que había sido uno de los psiquiatras que evaluaron a los acusados nazis en los juicios de Núremberg.
Por eso un colega suyo, el doctor Harvey Weinstein, eligió ese centro para tratar de sus ataques de pánico a su progenitor, Lou Weinstein. Lou entró en el centro jovial y sociable y salió apagado y hecho trizas. «Mi padre estuvo en una especie de celda con las manos cubiertas, privado del sentido del tacto, a oscuras, y machacado por un ruido constante. Totalmente aislado», ha contado su hijo. Así lo tuvieron durante dos meses.
Lou Weinstein salió como un vegetal. «Se pasaba los días acostado en el sofá, desorientado; no sabía dónde estaba ni quién era. Su personalidad quedó absolutamente destruida», explicó su hijo. Y, además, su familia tuvo que vender su casa para pagar las facturas del centro.
Son casos de tortura reales. Estudiantes, enfermos psiquiátricos, delincuentes o personas corrientes recibieron descargas y dosis altísimas de LSD y otras drogas; o fueron sometidos a torturas terribles como privarlos de los sentidos (encerrados a oscuras, con guantes y orejeras); o fueron obligados a oír de manera machacona y sin descanso mensajes cíclicos negativos como «nadie te quiere», «tu madre te odia», «debes portarte mejor»... a través de auriculares, cascos o altavoces e incluso a través de artefactos instalados dentro de sus almohadas. Y ese mantra aterrador sonaba durante veinte horas seguidas en hasta medio millón de repeticiones por día.
Uno de los principales responsables de esta atrocidad fue el psiquiatra Sidney Gottlieb, director de la División de Servicios Técnicos de la CIA. Desde las cloacas de los servicios secretos y durante décadas se dedicó a «encontrar formas de usar drogas, hipnosis y otros métodos extremos para controlar el comportamiento humano. Sus 'interrogatorios especiales' dejaron a cientos de personas psicológicamente dañadas y a otras permanentemente destrozadas», cuenta Stephen Kinzer, autor del libro Envenenador jefe, Sidney Gottlieb y la búsqueda de la CIA del control mental.
Sidney Gottlieb, psiquiatra de profesión y un hombre de aspecto pulcro y respetable, fue inmune al sufrimiento de las cobayas humanas que padecieron las torturas de la CIA. Cuando llegó a la agencia, en 1952, estaba en marcha el proyecto Bluebird, que estudiaba «la posibilidad de controlar a los individuos mediante la aplicación de técnicas especiales de interrogatorio», según consta en uno de los documentos desclasificados.
Los primeros experimentos se realizaron con detenidos y prisioneros acusados de espionaje en instalaciones secretas en Estados Unidos, Japón y Alemania. Después se cambió el nombre del proyecto de Bluebird a Artichoke, y luego a MK Ultra, y se incluyó el uso de pistolas de gas y venenos, el electroshock y el sueño inducido para «obtener el control hipnótico de un individuo». Y se extendió el maltrato a ciudadanos corrientes.
Una de las primeras acciones de MK Ultra fue la operación Clímax de Medianoche. En 'casas de seguridad' de la CIA, prostitutas administraban LSD a sus clientes sin su consentimiento para que los agentes estudiaran su comportamiento a través de un espejo bidireccional. A estos encuentros los llamaban 'pruebas de ácido'. El LSD desempeñó un papel importante en los experimentos secretos de la CIA. Al principio se lo compraban a los laboratorios Sandoz de Suiza; luego se abastecieron en los laboratorios Eli Lilly and Company.
Los experimentos más brutales se llevaron a cabo en el Allan Memorial Institute de Montreal. En 1956, por ejemplo, Velma Orlikow ingresó para recibir tratamiento contra la depresión. La pobre mujer recibió descargas eléctricas, estuvo aislada, recibió mensajes sonoros constantes e insoportables... durante siete años. Salió de la siniestra clínica canadiense sin memoria, con ataques de ansiedad y sin poder concentrarse.
De las torturas de este programa de la CIA no se libraron los menores de edad. Lana Ponting ingresó con solo 16 años; la llevaron allí sus padres porque era muy rebelde. «Cuando mis familiares vinieron a recogerme, no los reconocí. Era un zombi», ha contado. Otra víctima, Esther Schrier, entró embarazada de su segundo hijo y salió totalmente perdida: «Tuve que contratar a una niñera porque yo no sabía qué hacer con un bebé», ha dicho Esther.
Cayeron en la trampa de la CIA también incautos engañados por el agente de narcóticos reclutado por Gottlieb, que invitaba a sus informantes y sospechosos a apartamentos donde los drogaba y grababa, o estudiantes universitarios que creían que iban a recibir tratamientos médicos pero les suministraban LSD, psilocibina, mescalina, sedantes como pentotal sódico, mezclas de narcóticos y estimulantes.
El programa MK Ultra funcionó hasta 1973. Entonces empezaron algunas pesquisas y sus responsables destruyeron pruebas. En 1975, una comisión del Senado investigó estos experimentos de la CIA. Ante los senadores, Gottlieb declaró que él siempre probaba antes el efecto de las drogas.
En 1979 afloraron más detalles en el libro del periodista John Marks En busca del candidato de Manchuria: la CIA y el control mental. Pero los responsables de estas aberraciones no fueron condenados. Al director de la CIA, Richard Helms, lo destituyeron y pasó a ser embajador en Irán. Luego, en 1977, lo condenaron a dos años de suspensión y una pequeña multa por mentir en otro juicio sobre otras operaciones. Sidney Gottlieb siguió ejerciendo la psiquiatría y murió en su cama en 1999. Y el doctor Cameron continuó trabajando tranquilamente hasta que murió, en 1967, de un ataque al corazón.
No se sabe la cifra exacta de víctimas de aquellos crueles experimentos. Gottlieb declaró ante el Senado que, «teniendo en cuenta los costos, el esfuerzo y los riesgos de seguridad, probablemente no valió la pena».