Al final de su vida, olvidado, arrinconado, Oscar Wilde «asumió el papel de marginado y desclasado porque él era uno de ellos», explica el escritor Luis Antonio de Villena. Y, sin embargo, Wilde escribe en una carta a su amigo Robert Ross, en 1897, tres años antes de morir: «Me han tratado brutalmente, pero no me han cambiado, simplemente me han destruido, así que están furiosos. […] Escribiré mañana, ¡aunque ya no puedo permitirme los sellos!».