Necios y malvados
SIEMPRE he detectado entre los representantes de la facción que nos gobierna un fondo esquivo y desdeñoso en su trato con ABC. Quizá dicho comportamiento sólo admita una explicación patológica: son como el hijo desnaturalizado y cantamañanas que rehuye a su madre, porque teme que su mirada le recrimine sus ridículos afanes arribistas, sus deslealtades e ingratitudes, sus actitudes propias de un mamarracho que intenta congraciarse con tirios y troyanos. El hijo cantamañanas se excusa alegando que su madre está muy mayor, que no se recata de proferir impertinencias en público, que no se molesta en disimular sus orígenes rústicos; y así se justifica ante el círculo de sus nuevas amistades, que aplauden su determinación, porque apartado de la influencia de la madre el hijo cantamañanas resulta más dócilmente lacayo. En el fondo, lo que el hijo cantamañanas no soporta es que su madre se mantenga fiel a los mismos principios que le inculcó en la borrosa infancia, que le reproche sus claudicaciones, que no se avenga a participar en sus chanchullos y componendas. Lo milagroso es que, pese a los desplantes y ofensas del hijo desnaturalizado y cantamañanas, el cariño escarmentado de la madre no se haya convertido en malquerencia y desafección. Y el hijo cantamañanas, que es personaje de la peor calaña, tiene la desfachatez de seguir requiriendo a su madre para que le caliente el desayuno por las mañanas y le planche la raya del pantalón.
A veces, en el colmo de la avilantez, el hijo cantamañanas insulta a su madre en público, niega su genealogía en los saraos de vanidad que frecuenta, se divierte con la fulana que le calienta la cama y le saquea el bolsillo imitando el acento pueblerino de su madre. El hijo cantamañanas dispensa a su madre un trato prepotente y despótico, porque, engreído de su recién adquirido poder, considera que su ayuda y aliento ya no son precisos; y además piensa el muy bellaco que, en caso de necesitarla, siempre la tendrá desvelada y dispuesta a atender sus requerimientos, a enjugar su llanto de cocodrilo.
En un artículo reciente, Martín Ferrand se preguntaba si la facción que nos gobierna perjudica a ABC movida por la insensatez o por la mala fe. Martín Ferrand prefería la segunda posibilidad, pues el malvado reposa entre vileza y vileza, exhausto de urdir maquinaciones, mientras el necio ensarta fechorías y trapisondas sin interrupción, porque lo hace desinteresadamente. Pero una vez le escuché a mi maestro Manuel Alcántara, esa cornucopia de irónica inteligencia, que a veces malicia y necedad concurren en una misma persona, de tal modo que, cuando la malicia descansa, la necedad se mantiene vigilante, en infatigable relevo. Sólo quien funde en su naturaleza estas dos lacras del espíritu puede actuar con la desfachatez que la facción gobernante emplea con este periódico, reclamando su auxilio cuando arrecia la borrasca y apuñalándolo por la espalda, cuando más desprevenido se halla.
Pero quizá la facción gobernante hubiese querido que este periódico se hubiese mostrado rendido en el halago, permisivo ante sus vicios y ciego ante sus apaños, lamerón y genuflexo como los correveidiles y ganapanes que componen su séquito. Al igual que el hijo cantamañanas de la parábola que antes improvisé, la facción que nos gobierna no soporta tropezarse en las páginas de ABC con la fidelidad indeclinable a unos principios que colisionan con sus chanchullos y componendas. Y entonces, lastimado en su arrogancia, el hijo cantamañanas trata de encerrar a su madre en un asilo, o de extenderle un certificado de defunción anticipada; no sabe, el pobre pelele, que su madre, aunque centenaria, goza de una salud de hierro. Y que lo sobrevivirá.
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