ANTIDEPRESIVOS

Concierto de The Chemical Brothers: Ed Simons y Tom Rowlands. Lugar: La Cubierta (Leganés). Fecha: 5-3-2005.
Quizás haya pasado el tiempo de los Chemical Brothers, ingenieros de sonido que a mediados de los años noventa y como niños traviesos utilizaron sus equipos para provocar cortocircuitos y electrochoques, muy celebrados entre el público juvenil por sus propiedades estimulantes y tonificadoras y por la atinada mezcla de ritmos y arritmias de su deforme repertorio, simple soporte para bailes febriles y desaprensivos. Hace unos años fundieron los plomos del FIB de Benicasim y lo dejaron a oscuras durante un buen rato. Nadie hacía más ruido que ellos. Nadie garantizaba tanta fiesta.
El pasado sábado regresaron a Madrid para reivindicar ese pedacito de historia que les corresponde. Acaban de lanzar un disco que no le gusta a casi nadie, pero consiguieron llenar La Cubierta y representar esa apabullante función de trueno y anfetamina con la que giran por el mundo desde hace ya casi una década. Merecido homenaje a dos músicos cuyas piezas comenzaron a sonar en los peores antros de Madrid -luego recalificados como «clubes» de postín- y que ahora, reducidos a reliquias de la penúltima revolución musical, se resisten a figurar en la nómina de las estrellas de extrarradio. Habría que preguntarle a Pepiño Blanco, experto en La Moraleja, sobre las posibilidades actuales de los Chemicals en los barrios altos. En Leganés arrasan.
La receta no varía: el dúo arranca con «Hey Boy Hey Girl» y durante dos horas empalma cables y retuerce botones en un fluido ilustrado por grandes pantallas -mejor la película que el disco- y por el que circulan trozos del «Temptation» de New Order y las voces sintetizadas de Bernard Sumner, Wayne Coyne o Q-Tip, un excipiente que logra camuflar la decadencia discográfica del dúo y hechizar al público, cegado por el agresivo despliegue de efectos visuales y vencido por la violencia de los amplificadores. No son nadie los Chemical Brothers en los tiempos actuales, de sensibilidad y dramatismo extremos y a menudo ridículos; hay que verlos como uno de los mejores y más efectivos antidepresivos de la historia. Se toleran bien. Adictos a los sedantes, e intolerantes, abstenerse.
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