Ser, estar y andar en torero

Frascuelo es, está y anda en torero. Llena la plaza, toreando hasta sin torear. En el cite, en el paso, en la colocación. Se cree y se siente torero, y lo transmite. Desprende torería, un sabor añejo. En él hay muchas cosas del Antoñete reaparecido de los ochenta. O al menos nos las recuerda en pasajes, en el manejo de las distancias, en detalles. Aquel Chenel, pletórico de valor y sitio, irrepetible.
Muy decidido y genuflexo paró al precioso y armónico segundo de la tarde, el más bello y mejor de toda la desigual corrida de Hernández Pla, que no se definió. El gas inicial sirvió para que Frascuelo trazara verónicas señeras, señoras verónicas por el pitón derecho, y una media con sabor pero con tralla en la ejecución. A medida que transcurrió la lidia, perdió ese empuje del principio el claro santacoloma, no la nobleza, situación ideal para estar a gusto y desahogado. Las dobladas preliminares y un pase de la firma supieron a gloria. Planteó la faena sobre la raya del tercio, sobre la mano diestra. Una serie suave, a media altura; otra con un par de derechazos despatarrado, que carecieron de continuidad porque se frenó el toro, lo que provocó un trincherazo espléndido para salir airoso. La izquierda sonsacó naturales de uno en uno. El abaniqueo final y una estocada arriba prendieron la mecha de la recompensa: una oreja que preamiaba ese ser, estar y andar en torero por encima de la conjunción maciza de la obra. En Madrid se quiere a Frascuelo.
El cuarto echó las manos por delante y se frenó en el capote. Manseó en el caballo y huyó del peto. El Andujano estuvo sensacional en el segundo par de banderillas, asomándose al balcón de veras. Sorprendió la acometividad arrolladora del astado al propio torero, que no evitó algunos enganchones. Después encontró más el temple en tres derechazos de mérito, y luego resolvió con recursos y habilidad, siempre sin perder la compostura. Breve con la espada, se le despidió con la misma ovación con que fue recibido.
Curro Vivas confirmó la alternativa con más que dignidad. Se mostró firme y seguro con el bizco y vareado toro que abrió plaza, que se metía mucho por el pitón derecho, aunque se dejó hacer. Aguantó bien un parón y apuró a izquierdas, por donde el animal se quedaba más cortito. En el sexto cogió los palos, con fortuna en los dos primeros pares y con desacierto en los siguientes. Le faltó material, que topaba y se paraba, y acabó con una recia estocada en todo lo alto.
Miguel Martín buscó el camino del éxito con valentía con el ensabanado, flojito, avacado y astifino tercero, un feo que se tapaba por la capa. Banderilleó al cuarteo en dos ocasiones y en un par arriesgadísimo por los adentros. Prologó faena de rodillas y se mantuvo en su sitio aun cuando le buscaron las pantorrillas las afiladas astas.
Martín clavó muy reunido en el quinto y cortó demasiado los viajes en los comienzos del último tercio. Se confió poco a poco y obtuvo algunos muletazos tan elogiables como censurable fue el sartenazo mortal.
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