Expolia, que algo queda
SE ha convocado para mañana una concentración ciudadana en Salamanca ante la sede del Archivo de la Guerra Civil. La concentración o funeral anticipado no servirá, sin embargo, para quebrar la disposición del Gobierno, que no ha vacilado en infringir el mandato constitucional que lo obliga a preservar la integridad del patrimonio histórico español, con tal de mantener saciada la voracidad de sus socios. Naturalmente, tras la devolución de documentos a la Generalitat, se sucederá una ristra de reclamaciones más o menos encadenadas de municipios y asociaciones legalmente constituidas allá por los años de la Guerra Civil; reclamaciones que el Gobierno habrá de satisfacer, salvo que no le importe quedar retratado como un burdo componedor de disposiciones legales ad hoc que sólo benefician a sus amiguetes. Así, en el plazo de unos pocos meses, el otrora conocido como Archivo de la Guerra Civil se convertirá en un delirante Almacén de la Fotocopia y el Microfilm que nuestras autoridades pretenden bautizar, en un acceso de optimismo antropológico, como Centro de la Memoria Histórica (que también será de la Amnesia Histórica, pues ya se sabe que ciertas memorias son guadianescas y sólo cubren a los que batallaron en un bando; los otros bien pueden pudrirse en el limbo, ahora que las criaturas no bautizadas parece que lo desalojan).
El Centro de la Memoria y la Amnesia Históricas tendrá su sede, si hemos de hacer caso a los planes arbitristas improvisados por la ministra del ramo floral, en el salmantino Palacio de Orellana. La construcción, de proporciones más bien exiguas para albergar tan Altisonante y Mnemotécnico Centro, habrá de ser previamente expropiada o cedida en uso, pues su propiedad la ostentan unos particulares, quienes, por cierto, están iniciando obras de acondicionamiento y restauración para habilitarla como museo. Emilio Melero, secretario general de la facción gobernante en sede salmantina, acaba de conceder una entrevista a un medio local en la que reconoce que dichas obras de acondicionamiento resultarían inútiles (llega, incluso, a precisar que habrá que «derribarlas») si finalmente el Palacio de Orellana se destinase al cometido que la ministra del ramo floral le ha asignado imaginariamente, en otro acceso de optimismo antropológico y aun arquitectónico. El optimismo del Gobierno, en fin, llega hasta donde no llegan ni siquiera las ensoñaciones anfetamínicas; pero ni las cortinas de humo lanzadas por la ministra del ramo floral, ni sus brindis al sol de Antequera, logran maquillar este delirio tan chapuceramente aliñado, urdido con la única finalidad de mantener contentos a los que sostienen con su apoyo parlamentario la sonrisita de Zapatero.
Mientras el Archivo de la Guerra Civil se convierte en un abracadabrante Almacén de la Fotocopia y el Microfilm, los museos catalanes siguen albergando piezas que no les pertenecen, muchas de ellas expoliadas en fechas muy recientes al patrimonio castellano-leonés. Así, por ejemplo, el Museo Marés, del cual es titular el Ayuntamiento de Barcelona, entre cuyos fondos expuestos al público (no queremos ni imaginarnos lo que ocultarán sus sótanos) se cuentan hasta ciento ochenta obras birladas de ermitas e iglesias rurales de Castilla y León en los años cuarenta, cincuenta y sesenta, cuando el ínclito Federico Marés arramblaba con lo que pillaba, con la venia y el beneplácito de las autoridades franquistas. Así, también, el Museo Nacional de Cataluña, donde por ejemplo se exhiben las pinturas funerarias de Mahamud, joya del arte gótico burgalés del siglo XIV, trasladadas a Cataluña por manos non sanctas en fechas mucho más próximas. Puestos a disgregar el patrimonio histórico con la excusa de la «devolución a sus legítimos propietarios», ¿qué tal si empezamos a cambiar cromos, a ver quién sale ganando?
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