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John Lennon

Mark David Chapman, el asesino entre el centeno

El hombre que acabó con la vida de John Lennon actuó movido por un cóctel letal de envidia, problemas mentales y malinterpretación atroz de «El guardián entre el centeno»

Lennon le firma una copia de «Double Fantasy» a Chapman horas antes de que le asesinara Paul Goresh
David Morán

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El farsante debe morir, cree estar oyendo de boca del mismísimo Holden Caufield, el impertinente y resabido protagonista de «El guardián entre el centeno». El farsante debe morir, resuena en bucle como el estridente chirrido de una gramola averiada en la cabeza de Mark David Chapman. O, mejor dicho, en esa parte de la cabeza a la que intenta no hacer caso. «Tengo dos partes. La parte grande es muy amable. Mi parte pequeña debe ser el Diablo», se dice Mark. Las dos, la grande y la pequeña, montan guardia a las puertas del edificio Dakota, en la esquina noroeste de la Calle 72, el 8 diciembre de 1980.

  «Hazlo, hazlo, hazlo», escucha a coro entre el eco lejano de la cordura desvaneciéndose.

Se acerca el invierno a Nueva York pero el ambiente es sorprendentemente suave. Un jersey trenzado y una cazadora de cuero bastan para abrigarse. O, si uno es friolero, una buena gabardina; una con los bolsillos lo suficientemente grandes como para alojar un revólver Charter Arms de cinco disparos y con cañón de 50 milímetros. ¿La gorra de caza? Eso ya sería demasiado. Tan evidente como aparecer por ahí agitando con furia un ejemplar del número de noviembre de la revista «Esquire», el mismo en el que Laurence Shames viene a decir que John Lennon es un vendido, un hipócrita. Un capitalista en decadencia que poseía cuatro mansiones, un yate, piscina y un montón de propiedades inmobiliarias. ¿Un farsante? Sí, un farsante. Porque Lennon, la viva imagen de las utopías de los años sesenta, el rockero errante que fantaseaba con un mundo sin posesiones, acaba de firmar un jugoso contrato con Geffen y se ha comprado una fabulosa mansión en Palm Springs (Florida). Mark no necesita más. Sus demonios se encargan del resto y le susurran al oído que tiene que hacer algo al respecto.

-«Es que…, es que…, bueno, es un hipócrita», se justifica Mark, un don nadie que quiere dejar de serlo. Un «cretino arquetípico» que necesita sentirse importante, en palabras de Philip Norman, biógrafo de Lennon,

-«No sabía cómo manejar el hecho de ser un don nadie», confiesa más tarde.

Pasan los años y las motivaciones del crimen se simplifican. ¿En 2010? Puro azar. ¿En 2020? Una envidiosa vendetta. «Lo asesiné (...) porque era muy, muy, muy famoso, yo estaba muy, muy, muy, concentrado buscando la gloria personal», reconoce desde la cárcel de Buffalo en la que cumple condena. Imposible olvidar, sin embargo, las retorcidas derivadas psiquiátricas y las inquietantes conexiones literarias que manejaba Chapman el día que acribilla a Lennon por la espalda.

«De adolescente se había metido en drogas, había tenido experiencias con LSD y luego se convirtió en cristiano devoto. Pero su máximo consuelo para la falta de alegría de su vida era la música de los Beatles»

Philip Norman

Biógrafo de John Lennon

 

Imposible también entenderlo. Para intentarlo, sin embargo, hay que asomarse a la maltrecha y desahuciada cabeza de un «un individuo que ha tenido una vida espantosa, cuyo padre maltrataba a su madre y cuya madre tenía una relación intensamente erotizada con su hijo», según el psiquiatra J. Reid Meloy.

Mark David Chapman de joven AP

En el menú, desórdenes psiquiátricos, problemas mentales y una infancia marcada por el abuso. «De adolescente se había metido en drogas, había tenido experiencias con LSD y luego se convirtió en cristiano devoto. Pero su máximo consuelo para la falta de alegría de su vida era la música de los Beatles», detalla Norman.

Chapman, nacido en en Forth Worth (Texas) en 1955, se gradúa del instituto en 1973, trabaja como orientador en campamentos de verano de la Young Men's Christian Association (YMCA), pasa de puntillas por la universidad y empieza a odiar secretamente a los Beatles, ídolos de juventud, cuando se les ocurre decir que son más grandes que Jesucristo. Nada que, en cualquier caso, no pueda aplacar un viaje como voluntario a Beirut en plena guerra civil libanesa o un gratificante trabajo en un programa de reasentamiento de refugiados vietnamitas en Arkansas.

Las cosas, se dice Mark, van razonablemente bien. O no tanto, ya que en realidad el viaje al Líbano ha sido un fiasco y su trabajo con refugiados una suerte de premio de consolación. Alterna empleos precarios, se muda a Hawai con su madre y empieza a arrojar pistas de que las cosas no van demasiado bien. Hay quien dice haberlo visto tapando su nombre en el uniforme de guardia de seguridad para poner encima el de John Lennon.

Habladurías.

La depresión asoma la cabeza y, tras un sobresalto amoroso, en 1977 llega el intento de suicidio. Una chapuza que le lleva directo al Castle Memorial Hospital. ¿Diagnóstico? Depresión.

A esas alturas, Chapman ya ha convertido «El guardián entre el centeno» en su libro de cabecera. Se obsesiona hasta tal punto que quiere, cree, ser Holden Caulfield.   «Me estoy volviendo loco. El guardián entre el centeno«, le escribe a su amiga Lynda Irish. En su delirio, acaba creyendo que si mata a Lennon podrá entrar en las páginas del libro transfigurado en Holden.

«Me compré un ejemplar de 'El guardián entre el centeno', se lo dediqué a Holden Caulfield de parte de Holden Caulfield, y escribí debajo: 'Esta es mi declaración',«

Mark David Chapman

Asesino de John Lennon

Pero aún hay más. También en 1977, mientras arrastra los pies por la Biblioteca Pública de Honolulu, Chapman tropieza con «John Lennon: One Day At A Time», biografía escrita por Anthony Fawcett, asistente personal del músico durante unos años. El texto es elogioso y el retrato de Lennon bastante favorecedor, pero a Chapman le enfurece tan minucioso inventario del éxito. Ahí está, una vez más, la envidia. «Hazlo, hazlo, hazlo», vuelve a escuchar.

Si puede matar al hipócrita, se dice, derrotará a los demonios de Satanás.

Con esa idea en la cabeza vuela a Nueva York y se aloja una noche en el Waldorf Astoria siguiendo los pasos de Holden Caufield. Su obsesión por la novela de Salinger es tal que recrea algunas de las escenas cruciales del libro e intenta convertirlo en instrumento y explicación de su asesinato.

Mark David Chapman Efe

-«Me compré un ejemplar de 'El guardián entre el centeno', se lo dediqué a Holden Caulfield de parte de Holden Caulfield, y escribí debajo: 'Esta es mi declaración', subrayando la palabra 'esta', con énfasis en la palabra 'esta'. Yo tenía planeado no decir nada después de dispararle», explica poco después de vaciar el cargador de su revólver.

Ya saben: cinco disparos y se acabó.

- Si alguien me pilla, será un fan, le confiesa Lennon a Yoko después de un desagradable incidente con uno de sus seguidores. Con lo que no cuenta es con cruzarse en el camino de un tipo como Chapman; alguien a quien le diagnostican esquizofrenia paranoide y, acto seguido, boicotea su defensa declarándose culpable ya que, dice, es el deseo de Dios. «Ha leído usted 'El guardián entre el centeno'? Sé que le ayudará a usted a entender más, a responder a sus preguntas», le escribe Chapman a uno de los agentes que lo detiene el 8 de diciembre de 1980.

Desde entonces, once veces ha solicitado la libertad y otras tantas le ha sido denegada.

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