PRIMERA PLANA
CITIUS, ALTIUS, FORTIUS
Debemos ser más rápidos para dejar atrás la crisis, ponernos metas más altas y hacernos más fuertes tras perder los Juegos
El sábado decidí pasar olímpicamente de la elección de la sede de los Juegos hasta las diez. Di por hecho que Madrid, con Córdoba como subsede, estaría al menos en la lucha final. Y por la tarde me fui a comprar unas zapatillas, impelido no por el espíritu del barón de Coubertin, sino por la obligación de sacar kilómetros de distancia a unos kilos de más. Por eso, a las 21.15 horas, mis esperanzas se carbonizaron como si le hubieran pasado por encima la mismísima antorcha de Olimpia. Una tele de una terraza me devolvió a la realidad de un golpe tan duro como los que dio el taekwondista Joel González para ser oro en Londres 2012. No habíamos pasado ni el primer corte. Está claro que los señores de los anillos no quieren compartir su tesoro con nosotros. He visto escritos tantos motivos para que no nos los hayan dado que uno detrás de otro cubrirían esos 1.500 metros mágicos de Fermín Cacho en Barcelona 92.
Eso ya da igual. Lo que no admite debate es que nuestra ciudad se queda sin los más de 100 millones de impacto que le hubieran aportado los Juegos. Más allá del pelotazo para la hostelería o el comercio que hubiera supuesto albergar nueve días partidos de fútbol, ser subsede nos hubiera dado una campaña de publicidad mundial. Eso hubiera sido una liebre de lujo para el sector turístico que ha demostrado que le puede echar una carrera a la recesión y ganársela.
Había esperanzas igualmente en que las Olimpiadas declararan nula nuestra mejor marca en la especialidad de «Tirar el dinero público»: esos 60 millones invertidos en un aeropuerto en el que no aterriza ningún avión ni se le espera. Hasta el Gobierno central abrió la puerta a «completar» sus instalaciones —faltan los hangares, el parking y la nueva terminal— si éramos subsede, pero eso sólo sirvió al final para que el COI nos diera con ella en las narices.
Y los Juegos hubieran dejado una obra de récord —se han dado cifras que oscilan entre los 20 y 30 millones— para los tiempos que corren: la nueva tribuna de El Arcángel. A la creación de empleo a medio plazo se hubiera unido otro efecto beneficioso. La capital hubiera asistido al pitido final de uno de esos grandes proyectos a los que no sabe enfrentarse y que ha acabado goleando las arcas municipales —van más de 40 millones gastados en reformar el campo—, aunque IU y PSOE prometieron «coste cero» para Capitulares.
Pero ya no vale llorar por la leche derramada, ni siquiera aunque tomada con café en la Plaza Mayor de Madrid sea muy relajante, como defiende la alcaldesa, Ana Botella, si bien no sé qué necesidad había de hacerlo ante el estirado jurado del COI. Ahora, debemos aplicar la máxima olímpica de «citius, altius, fortius». O sea, tendremos que ser más rápidos para dejar atrás la crisis, ponernos metas más altas y hacernos más fuertes ante palos como el del sábado. Sólo así lograremos por nuestra cuenta al menos parte del oro que esperábamos que nos aportaran los Juegos.
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