Tras experimentar una progresión deportiva sólo comparable a su extraordinario crecimiento económico y su ascenso como superpotencia, China se presenta a los Juegos Olímpicos de Londres con la intención de volver a liderar el medallero, como ya hizo en Pekín 2008. Hace cuatro años, y arropado por su público, el equipo chino se colgó 51 medallas de oro, 15 más de las 36 logradas por Estados Unidos, que sin embargo se llevó un total de 110 metales frente a los 100 de los anfitriones.
Cuatro de esos atletas, laureados en taekwondo, boxeo y esgrima, habían salido de la escuela deportiva de Shichahai, que, desde 1983, ha dado al país 40 campeones nacionales y mundiales y alguna que otra estrella de las artes marciales como el famoso actor Jet Li. Sin contar platas ni bronces, siete de esos atletas han ganado el oro olímpico en cuatro de las siete disciplinas que se imparten en este centro: tres en gimnasia, dos en ping-pong, uno en voleibol y otro más en taekwondo. Sólo quedan por estrenarse en el medallero los alumnos de tres nuevos deportes: bádminton, esgrima y boxeo. Para seguir engordando su brillante palmarés, a la capital inglesa acuden este año cinco atletas curtidos en Shichahai.
Fundada en 1958 junto al hoy turístico lago pequinés de Houhai, esta escuela pública ha formado a más de 4.000 deportistas y, en la actualidad, entrena a 720 alumnos de entre 6 y 30 años. En esta auténtica fábrica de campeones, la mitad de ellos están becados porque sus colegios los han seleccionado como los mejores de su clase y 170 son deportistas de alto nivel. El resto debe pagar al año 30.000 yuanes (3.890 euros), que incluyen el entrenamiento, el alojamiento, la comida y las clases en el colegio.
Tras estudiar chino, literatura o historia de 7.50 a 11.40 de la mañana, los alumnos hacen una pausa para almorzar y luego se entrenan de dos a cinco de la tarde. Después de la tempranera cena, las sesiones continúan de siete a ocho y media de la tarde. “Los entrenamientos son muy duros porque no hay fórmulas mágicas para ser un campeón, pero los profesores y consejeros ayudan a los alumnos a manejar la presión”, nos explica la vicerrectora de Shichahai, Shi Fenghua.
Bajo la gran bandera de China que preside el gimnasio, tres decenas de niños corretean entre los aparatos. Con el torso desnudo y vistiendo únicamente un bañador rojo, un espigado chaval de poco más de un metro avanza a toda velocidad por un carril de la pista, salta sobre un muelle elástico, da un par de volteretas en el aire y cae estrepitosamente sobre un foso rellenado con almohadas de gomaespuma.
Al fondo de la estancia, sus compañeros, de entre 8 y 10 años, se balancean con destreza en el potro y las barras paralelas, donde uno se gira en el sentido contrario a las agujas del reloj y aguanta unos segundos cabeza abajo haciendo fuerza con los brazos. Aunque los niños son todavía pequeños, ya han desarrollado unos cuerpos atléticos en los que empiezan a marcar sus jóvenes músculos cuando, encaramados a una mesa, se cuelgan de los aros, con los que literalmente vuelan por la sala hasta caer clavando de una tacada sus finos tobillos sobre el suelo.
Sobre la barra fija, Jing Yanxi, una niña pequinesa de ocho años que lleva tres entrenando, camina de puntillas y flexiona el torso hacia delante para girarse sobre sí misma apoyándose con los brazos y levantando las piernas. Tras extender una pierna delante y la otra detrás, forma una T con su diminuto cuerpo y, temblando por el esfuerzo para mantener el equilibrio, dibuja un arco de 180 grados. Como si fuera un junco, su espalda se dobla hasta que su pie vuelve a encontrar la barra y puede erguirse de nuevo. A su lado, cuatro pequeñas apoyan la cabeza sobre una barra y los pies en otra y así se pasan un buen rato para que su cuerpo permanezca suspendido en el aire totalmente recto y sin temblores. Con estos entrenamientos, no es de extrañar que las atletas chinas parezcan luego de goma cuando saltan acrobáticamente sobre las barras sin caerse.
“Puedes ver las posibilidades que tienen de ser campeonas cuando tienen entre 5 y 7 años; después hay que formarlas para practicar las posturas y explotar su talento”, desgrana su entrenador, Jiang Changzhu, un atleta retirado de 51 años que lleva ya tres décadas enseñando en Shichahai. En Occidente, los preparadores chinos son criticados con frecuencia por sus durísimos y alienantes métodos de trabajo, que convierten a los atletas en meras máquinas al servicio de la gloria deportiva para el Estado. “Es posible que los entrenamientos sean aquí más difíciles porque tenemos menos escuelas que Estados Unidos y Europa y debemos ser más exigentes”, elude la cuestión Jiang, quien insiste en que “los preparadores debemos ser responsables y ponernos en la piel de los atletas”.
Junto a la gimnasia, otra de las especialidades de Shichahai es el ping-pong, sin duda el deporte rey en China. En amplias salas plagadas de mesas, los alumnos juegan repetitivamente mientras la bolita blanca se mueve a velocidad de vértigo de un lado a otro. Aquí alimenta sus sueños Yu Zhengyang, un niño de 10 años venido desde la provincia de Shanxi que se ha propuesto ser un campeón olímpico. Para él, no importan las horas de esfuerzo ni los sacrificios. “Lo más duro es cuando pierdes”, reconoce durante un descanso antes de prometer que “no renunciaré; aunque pierda, seguiré luchando”.
A través de la propaganda, y al más puro estilo comunista, el autoritario régimen de Pekín ha hecho de los triunfos deportivos una cuestión de orgullo nacional y ya cuenta con más de 200 centros de alto rendimiento. A través de estos trampolines, sus atletas intentan saltar a la gloria deportiva, dejando atrás miles de horas de duros entrenamientos para conseguir unos sueños que a veces acaban tan rotos como sus huesos.
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