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Resaca

El «proceso» cuenta hoy con menos apoyos polítucos, a lo que se añade una mayor radicalidad y el fantasma de la división social

miquelporta perales

Después de la fiesta llega la realidad. La resaca. La Diada ha puesto en evidencia que el «proceso» cuenta hoy con menos apoyos político -cosa de dos: CiU y ERC- que ayer. A ello, cabe añadir una mayor radicalidad y el fantasma de la división social. Y la hoja de ruta de Artur Mas -un discurso romántico diseñado para regalar los oídos soberanistas-, está ahí: derecho a decidir, consulta, transición nacional y forma de Estado. En definitiva, el «derecho a decidir» se ha transformado -cosa que sabíamos de antemano- en el «derecho a decidir que sí».

Y ahora, ¿qué? Artur Mas puede romper la legalidad o rectificar su estrategia. Puede convocar una consulta ilegal -doy por supuesto que el Estado no acordará con la Generalitat un referéndum de autodeterminación- o puede negociar una salida con el Gobierno. Si convoca una consulta ilegal, tendrá problemas con Unió, con una parte de Convergència, con el Estado y con la comunidad internacional. Si negocia una salida con el Gobierno (¿es de fiar el Artur Mas que dice una u otra cosa según sea el auditorio?), tendrá problemas con la otra parte de Convergència, con ERC y con el independentismo callejero que no quiere ambigüedades ni martingalas.

Cierto es que Artur Mas puede convocar elecciones en clave plebiscitara, pero con ello solo ganaría tiempo. Una huida de la realidad de la cual saldría trasquilado mientras ERC continuaría llenando el zurrón con los desencantados de Convergència.

Al respecto, conviene recordar que los comicios autonómicos del 25 de noviembre fueron también plebiscitarios y el varapalo fue de libro: de la «mayoría excepcional» pedida a perder doce escaños y noventa mil votos en una jornada en la cual la participación -medio millón más de ciudadanos- aumentó. ¿Una declaración unilateral de independencia? La nada.

A ciencia cierta, nadie sabe qué puede pasar. Lo que parece seguro es que la frustración de unos u otros está garantizada. ¿Quién y cómo administrará la frustración? Esa es la incógnita por resolver.

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