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«L'ase dels cops»
Agotado el recurso a la reclamación, la propia escalada a la que nos empujan nuestros políticos parece conducirnos a un órdago sin percatarnos de que la enfermedad nace del mismo remedio
CATALUÑA es, como el resto del mundo, un espacio hostil y engañoso, donde prevalecen las apariencias frente a la virtud y la verdad. El arquetipo de catalán medio suele evitar ir de frente para, en el amago, poder salirse con la suya. El ser humano es débil, interesado y malicioso. Y algunos se han dotado de habilidades y recursos que les permite desenvolverse entre las trampas de la vida. Para lograrlo, hacen valer la prudencia, la sabiduría basada en la experiencia e incluso el disimulo. Pero llevamos un puñado de años instalados en la queja.
Un resentimiento que, inexorablemente, suele ir acompañado de descrédito. Agotado el recurso a la reclamación, la propia escalada a la que nos empujan nuestros políticos parece conducirnos a un órdago sin percatarnos de que la enfermedad nace del mismo remedio. Nadie es mejor que sus semejantes porque la «otredad» nos completa. Nadie ha dicho cómo va a ser la Cataluña del día después del «Independence Day». Nuestros líderes saben que es tan difícil decir la verdad como ocultarla. De ahí que ese camino hacia lo desconocido se antoje la carrera del pollo sin cabeza: todo corazón en un postrer esfuerzo tan baldío como su rumbo.
El encubrimiento del futuro que nos espera es burdo, porque la meta se limita a las palabras mágicas del «estado propio», como si pronunciar «agua» mojara. Al igual que ocurre con los autores, que sólo escriben la mitad del libro porque de la otra mitad se ocupan los lectores; nuestra vida y la de los pueblos la completan los demás. Cuando morimos, como Antonia Hermosilla lo hizo ayer, la estela de su existencia continúa viva en los demás. La Unesco estableció el Día Internacional del Libro porque un 23 de abril de 1616 murieron Miguel de Cervantes, William Shakespeare y Garcilaso de la Vega.También en un 23 de abril, pero de 1981, murió Josep Pla, el más universal de los autores catalanes, pero tuvo que cargar con la cruz de ser el enemigo de la supuesta catalanidad virginal, tal vez porque se atrevió a calificar a Jordi Pujol de «milhomes». La piel de los nacionalistas suele ser tan fina que no resiste análisis dermatológicos tan eruditos como los plasmados por Pla sobre los catalanes a lo largo de sus obras. Al gran Pla le acusan de traidor porque no mantuvo las apariencias. Al «pagès» más global le ha tocado pagar el pato de su atrevimiento como «l’ase dels cops».
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