Juan Ribó: «Quiero comunicar un ideal de honestidad y pureza»
MADRID. Juan Ribó se ha pasado el verano encarnando al conde polaco Jan Potocki y al personaje inventado por éste en «Manuscrito encontrado en Zaragoza». Y quizá el mismo Ribó pudiera haber salido de una creación del mismo Francisco Nieva, autor de la versión de la novela, o incluso del conde Potocki. Estos románticos sin duda apreciarían el exotismo de haber nacido en Ammán: «Yo nazco en Jordania porque mi abuelo estuvo nueve años de embajador. Mi padre estaba haciendo allí un «sta-ge» y luego fue funcionario internacional de la ONU. Viví en Jordania hasta los cinco años. De los cinco a los siete los paso en Tierra de Campos, Palencia, y de allí al Congo». Entretanto descubre el juego de convertirse en otro: «Mi vocación de teatro viene de antiguo, porque me disfrazaba y hacía teatro, sin haberlo visto. Lo que sí había visto son misas: la liturgia fue la primera sensación ritual que me conmovió como espectáculo; era algo grande que entretenía a la vez que provocaba silencio y entrega. Empecé a jugar haciendo misas solo, y de ahí pasé al concepto de representar: siempre que buscaba amiguitos era para teatro y para disfraces».«Fui mal estudiante -reconoce-. Sólo me interesaba el teatro y tenía la cabeza en la fantasía. Pasé de estar en Palencia, cabalgando de mentira en la era con mi disfraz de emperador chino, al Congo, donde ya me sentí metido en una película de Tarzán. Era justo a raíz de la independencia de los belgas y no nos dejaban ir al colegio, así que venía una señorita a enseñarnos en francés; no tenía contacto con niños y estaba yo solo con esos atardeceres, los árboles, el río que era casi un mar... Así desarrollé una fantasía enorme en la cabeza, viviendo una irrealidad muy interior, porque en medio del Congo vivía en una casa muy americana y veía películas de Marilyn Monroe... ¡en el Congo! De allí nos mandaron a Camboya y a otros países, y sólo venía a Madrid un mes cada dos años».
De Lorca a Arrabal
Esa vida internacional le lleva a recorrer distintas sedes del Liceo Francés: «Gracias al Liceo Francés pude dedicarme sólo a la literatura, la poesía y el teatro, que es todo lo mismo. Ya en México, donde terminé el Bac a los 16 ó 17 años, fue una liberación, porque un profesor escribió a mis padres para decirles que yo tenía una aptitud especial para el teatro y que debían favorecerla. Así pude montar en el Liceo un Lorca, «Bo-das de sangre», lo típico para un español, y un Arrabal, «Fando y Lis», donde dirigía y actuaba. Supe que Alejandro Jodorowsky, que era un mito en México, había colaborado con Arrabal, y me dio por conectar con él para que viniese a ver la obra... y vino. Para la clase burguesa en la que yo vivía, todo aquello de Arrabal era transgresión total, pero Jodorowsky me dijo que me debía dedicar a eso y me ofreció un trabajo en «Así hablo Zaratustra», luego me ofreció una película, pero me metieron miedo y coincidió que mi padre salía de México, así que me vine con él a España y dejé a Jodorowsky colgado».«España era un sitio gris en el que las ediciones que se publicaban en México, donde había vivido, aquí se vendían en trastiendas de tiendas raras -confiesa Ribó-. Yo vestía con pantalones de campana, collares... muy de la época pero muy raro en España. Me habían aconsejado que me pasase por el TEI, donde conocí a Enrique San Francisco que me habló de Prado del Rey y me llevó a ver los estudios. Me ve un director, me pregunta si quiero ser actor y me manda a que me haga una prueba Elvira Quintillá. Yo tenía un acentazo mejicano que te mueres y lo hice fatal, pero así empecé en televisión».
Se suceden un par de series, pero el actor se siente insatisfecho: «En Madrid vivía en la soledad más absoluta y empecé a sentirme mal, porque se decía que si estaba impuesto allí por algo y decidí irme a París. Un amigo me dijo que Marcel Carné estaba haciendo pruebas a adolescentes y me presenté. Estuve con los chicos de «Muerte en Venecia» y «Saty-ricon», me llevaron a Cannes, conecto muy bien con ese ambiente, que me gustaba más que el español, y creí que me iba a quedar. Pero en España había empezado a castigarme y a surgirme una conciencia un poco oscura y todo lo veía superficial y esnob. De repente mi madre me llama para decir que me reclaman del Servicio Militar y pensé hacerme prófugo, pero otra persona me dice que Fernando Fernán Gómez, a quien no conocía, me busca para hacerme una prueba. La película de Carné se pospone y me vine. La prueba era nada más ponerme sombreros y capas y hacerme fotos, y Fernando me contrató para «El pícaro», que me dio una publicidad tremebunda». La moda del físico adolescente
Gracias a «El pícaro», el físico de Ribó se impone: «De repente empieza a llevarse en España el adolescente andrógino y Manolo Collado me ofrece una comedia musical. Yo tenía mitificado el teatro, y el mundo del musical me parecía horrendo; me equivoqué, porque «Godspell» era una maravilla y estuvimos muchísimo tiempo en cartel a costa de mi salud, porque rodaba a las seis de la mañana y por la noche tenía la obra. Pero fue tal éxito que la CBS me contrató para ser cantante. Me encantó tanta promoción y me dejé llevar. Entonces hago «Equus», que fue un suceso: la censura lo prohibe, bombas de humo, los grises, la calle cortada... y «Equus» se convierte en el símbolo de la libertad. En cualquier país «Equus» era una buena obra de teatro burgués, pero aquí se convirtió en la leche». Semejante éxito habría sido aprovechado por muchos para continuar por el mismo camino, pero Juan Ribó decidió desconectar y viajar: Grecia, Tailandia, luego Nueva York con Uta Hagen...
Su carrera posterior incluye textos de Alberti, Calderón, Peter Shaffer, Bernard Shaw, Max Aub, Lope, Eurípides, Antonio Gala, Sanchis Sinisterra, Sebastián Junyent, Vázquez Figueroa, Buero Vallejo, Tom Stoppard... «He buscado papeles a través de los cuales pudiese comunicar cierto ideal de honestidad, de inocencia, de cierta pureza... Todo eso al margen del estilo. Sea comedia o tragedia, necesito papeles que me permitan estar ahí como persona, que tengan que ver conmigo y que reflejen como un espejo al espectador».
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