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Ibáñez: «Los políticos me hacen competencia ilícita, hacen reír más que yo»

El dibujante, que cumplió ayer 80 años, celebra su aniversario con una nueva edición de «13 Rue del Percebe» y un humor a prueba de bombas

Ibáñez, junto a su tarta de cumpleaños EFE

DAVDI MORÁN

Alos 80 años se puede llegar de muchas maneras, pero si uno es Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936), el único verbo capaz de correr parejo a las páginas del calendario sin perder pie ni acabar arreándose un trompazo de órdago es, sin duda, el de trabajar. «¿Qué cómo es mi día a día ahora? ¡Pues exactamente lo mismo que hace veinte, treinta y cuarenta años!», exclama el dibujante barcelonés poco después de soplar las velas en una tarta con la que Ediciones B le quiso ayer homenajear por su 80 aniversario.

Sí, durante un par de horas, a Ibáñez han conseguido arrancarle de su tablero para poner a prueba la fortaleza de ese matrimonio que, como le gusta repetir, forman sus nalgas y su taburete. ¿Su deseo mientras sopla las velas en esa tarta que reproduce entre capas de chocolate la primera página publicada de «13 Rue del Percebe»? Unas vacaciones. O, ya puestos, una jubilación que sabe que difícilmente llegará. «No me dejan –protesta–. En las firmas de libros los lectores me dicen: “tú produce, trabaja, trabaja, no te mueras”». Y él, obediente y solícito, sigue produciendo, trabajando y, en fin, despachando carcajadas y antidepresivos en forma de viñeta coloreada.

«A todos los que me dicen: “oye tu ya no haces nada, con los ordenadores y todo eso, ¿no?”.... ¡Al que me dice eso le pegaría una bofetada! El día que alguien haga un ordenador que sea capaz de pensar y desarrollar una historieta, seré el primero haciendo cola», suelta del tirón, recordando aquellos días dorados de la ilustración en los que «hacer cuatro o cinco páginas a la semana» ya era una majarada. «¡Y yo llegaba a hacer veinte!», añade mientras deja claro que su receta para el éxito es la mar de simple: trabajo, trabajo y, después de eso, un poco más de trabajo. Dibujar hasta que la muñeca empiece a sonar como una hormigonera oxidada. «Si hubiese apoyado la cabeza en la mano esperando a que apareciera la musa, todo esto no existiría. El día que haga algo así, apaga y vámonos», apunta.

Filósofo del humor

A ese «todo esto» al que se refiere Ibáñez le pone cara y ojos el director general de Ediciones B, Román de Vicente, quien además de hablar de tres generaciones de lectores genuflexos ante el mago del humor y de subrayar su condición de «filósofo de la vida moderna en clave de humor», cifra en 20 millones el número de ejemplares vendidos por el dibujante sólo en España desde 1988 y en más de 100.000 las unidades despachadas de los dos últimos títulos de «Mortadelo y Filemón», los celebrados «El tesorero» y «Elecciones». Dos guiños más que evidentes al contexto político que Ibáñez, siempre con una sonrisa sagaz dibujada en el rostro, insiste en relativizar. «Mortadelo no ha sido nunca un personaje para hacer crítica política o social. A veces he hecho salir a alguno, sí, pero no lo he hecho para criticar a políticos ni de derechas ni de izquierdas ni ninguno», aclara.

Ibáñez, ayer en Barcelona EFE

Ni siquiera l a posibilidad de que se acaben repitiendo las elecciones parece suficiente motivo como para alterar su particular manera de mirar la actualidad. «Si saliera algún tipo especial lo haría, pero ahora hay varios que me hacen competencia ilícita, hacen reír más que yo. Además, si coges asuntos políticos, hoy están y mañana ya no están. Tienen un doble filo que hay que tener mucho cuidado», explica.

Con ochenta años recién cumplidos, a Ibáñez se le acumulan las celebraciones y las cifras le bailan como en una yenka enloquecida que brinca del sesenta aniversario de su estreno en Bruguera en 1957 a los también sesenta añazos que cumplirán Mortadelo y Filemón en 2018, pero hoy no toca hablar ni de la editorial con la que no acabó «demasiado» bien en 1985 ni de sus más longevas y absorbentes criaturas. Nada de eso. El protagonismo se lo reparten hoy un Ibáñez «la mar de feliz» y una cuidada y deslumbrante edición integral de «13 Rue del Percebe», historieta que vio la luz por primera vez el 6 de marzo de 1961 en la revista «Tío Vivo» y que durante siete años tuvo al dibujante barcelonés la mar de entretenido con las desventuras de tan peculiar y descacharrante comunidad de vecinos.

«Remero en las galeras»

«Ha sido un trabajo de remero en las galeras», asegura Ibáñez, para quien dar forma a las más de trescientas páginas que ahora reúne este volumen fue como «subir al Everest». «A los personajes normales y corrientes los haces en un exterior, los puedes mandar a la playa a un bosque… Estos estaban encerrados en su cubículo, y cuando llevabas diez o quince páginas ya era espantoso. El momento de crear cada página, 15 o 20 ideas distintas,... Tela…», explica sobre el hilarante universo en el que convivían un caco desastroso, unos niños hiperactivos, un científico loco, una anciana rodeada de animales de compañía, un veterinario, un tendero aprovechado y, cómo no, el moroso que vive en el ático, inspirado en su compañero Vázquez.

«Hoy le estarían picando a la puerta los del Ayuntamiento para el desahucio», apunta Ibáñez, para quien en una versión contemporánea de «13 Rue del Percebe» «todo cambiaría pero en el fondo sería lo mismo». «No podría existir el tendero porque habría una gran superficie. Y la portería sería un banco, porque ya no quedan porteros. El piso de los realquilados estaría lleno de okupas. El caco igual sería un banquero que con las preferentes ha jodido a la gente …».

Eso sí: el ascensor, como en la serie original, seguiría permanentemente escacharrado. O, bromea Ibáñez, lleno de okupas, como el piso de los realquilados y la alcantarilla en la que vive (por decir algo) Don Hurón.

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