La estirpe de Caín
Decía Charles Péguy que nada hay más antiguo que un periódico de ayer ni nada más actual que un poema de Homero. Haga el lector la prueba de ojear una página cualquiera, al azar, de «La España invertebrada», aquel pequeño ensayo que Ortega llevó a la imprenta en el año veintidós del difunto siglo XX. Quizá con algún asombro, se tropezará con una descripción pormenorizada, exhaustiva, puntillista hasta lo desolador, del clima intelectual y moral imperante en el país. Al punto de que pudiera reeditarse hoy sin una advertencia cautelar y nadie repararía en que ese libro vio la luz hace casi cien años. De dónde, se interroga ahí Ortega, la ira ecuménica con que los distintos sectores expresan su repudio vociferante contra los políticos. «Diríase», añade, «que nuestra Universidad, nuestra industria, nuestra ingeniería, son gremios maravillosamente bien dotados y que encuentran siempre anuladas sus virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos».
Extraña anomalía ésa tan crónica entre los nuestros. Una nación benemérita que, ¡ay!, se empecina por sistema en ceder la cosa pública a una infame ristra de rufianes. Los profesionales de la política, sin embargo, constituyen mero reflejo de la comunidad humana que los encumbró. Con las preceptivas excepciones, gentes no peores que el común. Y si aquí tanto se les detesta, concluye el autor, es porque los políticos simbolizan la necesidad de todos los grupos de contar con el resto. Los demás, los otros, los iguales y congéneres «a quienes en el fondo se desprecia o se odia». Lo dicho, una precisa instantánea del aquí y ahora peninsular.
Réparese, si no, en esas reacciones caínitas, tan de vergüenza ajena, a que ha dado lugar el expolio de Repsol por parte del gobierno argentino. Empezando por la alegría apenas disimulada del «enfant terrible» de las chaquetillas horteras (que usurpen propiedades catalanas es de celebrar, por lo visto). Continuando por los otros liberales doctrinarios que igual se desentienden del asunto. Y terminando, en fin, por sus iguales del PSOE. Qué tropa, señor.
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