Soderbergh, tapado por los circos de Rivette y Chávez

Soderbergh y Matt Damon, director y protagonista de «The informant» («El soplón»), debían haber sido los protagonistas del día en la Mostra, pero pasaron a un segundo plano en cuanto se empezó a levantar, a primeras horas de la mañana, el circo de dos pistas: una era la que traía el francés Jacques Rivette en su película «36 vues du Pic Saint Loup», y otra la especie, muy extendida durante la mañana, de que Hugo Chávez ya estaba por allí para la presentación de la película de Oliver Stone, «Al sur de la frontera», que habla de él como si fuera la Madre Teresa de Calcuta.
Por otra parte, las excelentes dotes interpretativas que Matt Damon exhibe en «El soplón» son pura minucia comparadas con las del gran líder venezolano (aquí no se le puede llamar ni dictador ni autócrata, porque ya demuestra Oliver Stone en su publirreportaje que eso es producto de la imaginación calenturienta de los medios de comunicación, que están al servicio de la contrarrevolución bolivariana), que pone la voz del otro Oliver, sir Laurence, para recitarse a sí mismo.
Tienen mucha más gracia Stone y Chávez, o sea, como pareja cómica, que la que ha contratado Jacques Rivette en «36 vues du...»: Jane Birkin, dueña de un circo, y Sergio Castellito, en el papel de uno que pasa por allí y se queda. Lo mejor de esto de Rivette es una escena a plano fijo de Birkin cruzando en equilibrio una cuerda sin caerse, y esa es, en realidad, la gran revelación de esta obra del veterano y plomizo director francés.
Soledad repetitiva
El argumento es sencillo: en un circo sin artistas de circo y al que no va nadie, salvo ese personaje de Castellito, pues no pasa nada. Rivette repite al menos media docena de veces un gran momento en el que ella está sentada, él se acerca y le pregunta si puede hablarle, se dicen dos o tres cosas naturales como «me molestas», «¿te molesto?», y luego él se va hasta un rato después, cuando intentará pegar de nuevo la hebra. Y luego, como es natural en este tipo de cine, se cuenta a escondidas una intimísima historia sobre la soledad, el rechazo, la culpa, el pasado que nos pesa... Y si alguien no quiere darse cuenta de la importancia de todo esto, allá él, pero no por ello va a dejar Rivette de decirlo.
Magnífico Damon
El pobre Damon, en cambio, es un mentiroso (en «El soplón», me refiero) y poco a poco va tejiendo a su alrededor una tela de araña en la que atrapa a su propia empresa, una multinacional agroalimentaria, al FBI, a los japoneses y a su propia familia. Un personaje magnífico, cuyos pensamientos (voz en «off») convierten en comedia lo trágico del asunto, pues mientras se lía una soga al cuello se percata de que la palabra «toro» es como los españoles llaman a un animal y los japoneses a otro, un atún especialmente bueno para el sushi. Magníficamente rodada y contada, la historia de Mark Whitacre (él), basada en un hecho real, está tan llena de flecos que uno no deja de columpiarse en ella en ningún momento.
Y la competición se vio también agraciada con «Entre dos mundos», película de Sri Lanka, hecha por Vimukthi Jayasundara, quien nos pone al corriente de que el lirismo no está reñido con el vacío ni la petulancia con la obviedad. A la búsqueda de imágenes supuestamente fascinantes (una calle llena de televisores rotos o un tío en porreta dando saltos por el campo), Jayasundara encuentra esa emoción vibrante del espectador perplejo, o mosqueado, o ido a fumar.
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