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Empecinado en el error

LA comparecencia ayer del presidente del Gobierno tras la primera reunión del Consejo de Ministros en el nuevo curso político fue poco más que un intento vano por recuperar la iniciativa política en el momento de más deterioro para su Ejecutivo. La única conclusión nítida extraíble de su aparición pública fue la confirmación de que el Gobierno ha decidido recurrir a un aumento de la presión fiscal como remedio para sufragar el coste de su política de subvenciones y gasto social, tan peligrosa para el déficit público. El resto de su comparecencia fue un cúmulo de buenas palabras y análisis incompletos sobre la cruda realidad de la recesión y sobre los motivos reales por los que hay países de nuestro entorno, como Francia y Alemania, que sí ofrecen síntomas claros de recuperación mientras España permanece varada y lejos de cifras de crecimiento en positivo. Sencillamente, Zapatero no fue ni realista ni convincente, salvo para admitir que los próximos meses seguirán siendo «difíciles».

Después de que semanas atrás Zapatero negara que su Gobierno fuera a incrementar los impuestos, ahora ha rectificado sin rubor alguno, sin abrir un debate profundo sobre otras alternativas viables y haciendo oídos sordos a las múltiples voces que desaconsejan un aumento de la presión fiscal como remedio útil para combatir una recesión profunda. Además, el presidente del Gobierno no aclaró si hay impuestos ya suprimidos -como el de patrimonio- que se recuperarán; no definió cuáles son los que realmente serán susceptibles de ser modificados al alza, ni en qué medida; y no determinó qué segmentos de la ciudadanía se verán más afectados por la subida impositiva. Simplemente adelantó enigmáticamente que «se preservarán» la actividad de las empresas y los ingresos por trabajo y se refugió en eufemismos recurrentes -«moderación fiscal», «ajustes» o «revisiones»- para incidir en que «los cambios serán limitados y temporales». El argumento que ahora utiliza el Gobierno a favor de aumentar la carga impositiva -España está siete puntos por debajo de la UE en presión fiscal- es el mismo que antes empleaba para presumir de lo contrario y rentabilizarlo políticamente. Además, se trata de otro argumento arbitrario porque, según recuerda la patronal, las empresas españolas sufren una presión fiscal por encima de la media europea.

No es de recibo que el presidente del Gobierno se consuele argumentando que Francia y Alemania saldrán antes de la profunda contracción económica porque les afectó antes que a España, sugiriendo que la recuperación de nuestro país depende más de una simple cuestión de tiempo que de la puesta en marcha de una reforma estructural del mercado de trabajo, ante la que el Ejecutivo sigue sordo y ciego. También es un pobre consuelo aseverar que «la fase aguda de la crisis ha pasado ya», ocultando que a estas alturas ya no importa tanto conocer la profundidad del pozo de la recesión como cuánto tiempo permanecerá España en él. Zapatero no ofreció mensajes esperanzadores ni más ideas claras que el incremento de impuestos, empecinándose en el error de no afrontar una auténtica política de contención del gasto público o de rectificar medidas electoralistas que sólo tienen un alcance propagandístico y lastran las expectativas de una recuperación que sólo el «optimismo antropológico» del jefe del Ejecutivo es capaz de atisbar.

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