Es el primer pollo del año. Durante casi dos meses, el personal del Centro de Cría del Guadalentín ha observado su evolución ayudado por un aparato llamado 'ovoscopio'. Ven con él si el embrión está bien colocado para cortar la cáscara o cualquier otro
problema. Es 15 de febrero por la mañana y el huevo se mueve, resuenan chasquidos, picoteos; la púa de su pico golpea y golpea hasta que, de pronto, se abre un agujero. Pica que te pica, asoma al rato el primer quebrantahuesos nacido en el centro en 2022 –Girón, lo bautiza el equipo, en honor de nuestra fotógrafa– y una pequeña celebración anima este santuario, a 1300 metros sobre el nivel del mar, en la sierra de Cazorla.
Todo empieza a mediados de octubre. «Es cuando los quebrantahuesos entran en celo, se acicalan, construyen nidos y empiezan a copular –explica Francisco Rodríguez (en la foto), director del Centro de Cría del Guadalentín–. Es una época en la cual, dado su nivel hormonal, las peleas son frecuentes y pueden llegar a matarse». El equipo del centro, por ello, monitoriza de forma constante a las aves hasta que, cercano ya el final del otoño, comienzan a llegar los huevos, uno o dos por cada nido. La puesta de este año ha batido un récord mundial en la materia: 16 huevos.
El personal del centro deja que las parejas incuben sus propios huevos durante unos 48 días. Próxima entonces la eclosión, los inminentes pollos son llevados a la incubadora, en el laboratorio, donde esta tendrá lugar bajo supervisión humana. «En los nidos dejamos huevos de escayola para que los adultos crean que siguen incubando, no den por terminada la cría y abandonen los nidos», explica Rodríguez. En sus 26 años de existencia, en el centro han nacido 104 pollos que han salido adelante. Y en 2021 se batió un récord mundial de cría en cautividad con diez nacimientos en una misma temporada.
Al nacer, Girón pesó 150 gramos. Alimentado con carne de rata, diez días después, ya con 340 gramos, dejó el laboratorio para ser adoptado por Queno, una hembra que cría sola desde que su macho mató a un pollo años atrás. «Se le cruzó un cable y le arrancó la cabeza», cuenta Rodríguez. La adopción es la fase clave de la cría en cautividad. A cada pareja se le asigna un pollo, no necesariamente el suyo, para que lo críen tres meses, hasta poco antes de que puedan volar y ser liberados. La consejera de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible, Carmen Crespo, subraya que, gracias a este centro, Andalucía es «referente mundial» en la cría en cautividad del quebrantahuesos.
La suelta de los pollos se produce en una cueva preparada para la ocasión. Pasarán allí un mes más, alimentados a escondidas –con hueso, fundamento de su dieta– para evitar que se acostumbren a los humanos. «En ese tiempo empiezan a fijarse en el entorno y se improntan con el medio hasta acabar reconociéndolo como su hogar». En la foto, uno de los 26 ejemplares de Gypaetus barbatus que viven hoy en el centro, entre ellos ocho parejas que ejercen como nodrizas y varios ejemplares menores de 9 años, edad a partir de la cual empezarán a criar.
En Andalucía se crían también pollos de otros lugares de Europa, y viceversa, para ser reintroducidos al medio. «Se busca así variabilidad genética para que la endogamia no sea alta», dice Rodríguez. Se trata de un esfuerzo internacional –de la Junta de Andalucía, la Vulture Conservation Foundation y el European Endangered Species Programme– que ha permitido la recuperación de una especie cuya gran amenaza siguen siendo los cebos envenenados para zorros o jinetas. «Desde el aire, el quebrantahuesos los halla antes que ellos y muere», explica el director del centro Francisco Rodríguez.