Diez secretos casi desconocidos de la Basílica de San Pedro

Diez secretos casi desconocidos de la Basílica de San Pedro

«La Piedad» o la tumba de Juan Pablo II centran la atención de los visitantes. Pero la Basílica esconde muchos detalles menos evidentes

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«La Piedad» o la tumba de Juan Pablo II centran la atención de los visitantes. Pero la Basílica esconde muchos detalles menos evidentes

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  1. El monumento a Cristina de Suecia

    Al entrar en la basílica de San Pedro, el visitante gira irresistiblemente a la derecha para admirar, en la primera capilla, «La Piedad» de Miguel Angel. Después, el peregrino se para en la segunda capilla para rezar ante la tumba de Juan Pablo II. El itinerario continúa, a lo largo de la nave derecha, por la capilla del Santísimo, con el sagrario monumental de Bernini, las reliquias de Juan XXIII, la estatua de bronce de San Pedro, el baldaquino de Bernini…

    Pero en esa ruta hay muchas maravillas secretas, que muy pocos saben descubrir. Como, por ejemplo, el monumento a la reina Cristina de Suecia…

    El monumento a Cristina de Suecia

    Justo frente a la capilla de «la Piedad» se encuentra el monumento –con una gran corona de bronce- a la reina Cristina de Suecia (1626-1680), cuya tumba se puede ver en las Grutas Vaticanas, justo al lado de la que ocupó durante algunos años Juan Pablo II.

    En 1654, la reina nórdica protestante abdicó, se incorporó a la Iglesia católica y se vino a vivir a Roma, donde fue recibida con todos los honores por el Papa Alejandro VII.

    En la Ciudad Eterna, siguió viviendo como una reina de la época. Era una mujer muy culta e independiente, amiga de Gian Lorenzo Bernini, aficionada de montar a caballo y a romper moldes. Una vez, durante un célebre enfado, disparó un cañón desde Castel Sant’Ángelo, con tan buena puntería que logró golpear la puerta de bronce de Villa Medici, que todavía hoy conserva como recuerdo la abolladura y la bala.

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  2. El monumento a Matilde de Canossa

    Frente a la capilla de Santísimo, la hermosa mujer que sostiene las llaves de San Pedro y una triple corona papal en su mano izquierda, es la gran condesa Matilde de Canossa, la mujer que dominaba los territorios de la península italiana al norte de los Estados Pontificios a finales del siglo XI.

    La espléndida escultura de Gian Lorenzo Bernini se alza sobre el sepulcro de la anfitriona del Papa Gregorio VII en su castillo del norte de Italia, al que acudió en 1077 el emperador Enrique IV para suplicar al Papa el levantamiento de la excomunión por haber reunido el año anterior en Worms un «concilio nacional» de 24 obispos alemanes y dos italianos que, para complacerle en una disputa con Roma, «depusieron» al pontífice.

    Acompañado de su esposa Bertha, el emperador esperó tres días y tres noches arrodillado sobre la nieve a la puerta del castillo de Matilde hasta que logró obtener el perdón. El espléndido bajorrelieve del sarcófago presenta esa escena, conocida como la «humillación de Canossa».

  3. Siete santos españoles en la nave central

    Nave central de la Basílica de San Pedro
    Nave central de la Basílica de San Pedro

    Las pilastras de la nave central están adornadas con gigantescas estatuas de santos fundadores o renovadores de grandes órdenes religiosas. Las del nivel inferior tienen 4,5 metros de alto, mientras que las del nivel superior llegan a los 5,5 para mantener la perspectiva.

    Es todo un paseo por la historia de España, pues allí se encuentran, a un lado y a otro según se avanza por la nave, Teresa de Ávila (1515-1582), Pedro de Alcántara (1499-1562), Ignacio de Loyola (491-1556), Juan de Dios (1495-1550), Pedro Nolasco (1182-1249), Domingo de Guzmán (1170-1221), y Jose de Calasanz (1556-1648). Los peregrinos andaluces pueden fijarse además, en las marcas de la longitud de otros grandes templos cristianos, grabadas en el pavimento del eje central: la catedral de Sevilla figura con 132 metros.

  4. El puente de San Josemaría Escrivá

    Cuando se acabaron las hornacinas de la nave central, las estatuas monumentales de nuevos santos de impacto mundial pasaron a ocupar las grandes hornacinas del exterior de la basílica.

    Sin necesidad de salir puede verse, desde el puente cubierto que va hacia la sacristía, la estatua de San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), el último gran santo español, solicitada por Juan Pablo II e inaugurada por Benedicto XVI.

    Un poco más allá está la estatua de la madrileña Santa María Soledad Torres Acosta (1826-1877), fundadora de las Siervas de María Ministras de los Enfermos y canonizada por Pablo VI. Muy cerca se encuentra la de Santa Edith Stein, la filósofa judía alemana que se convirtió leyendo a Teresa de Ávila, se hizo carmelita y murió en Auschwitz en el desastre de la Shoah.

  5. El Papa y el astrónomo que reformaron el calendario

    Tumba de Gregorio XIII en la Basílica de San Pedro
    Tumba de Gregorio XIII en la Basílica de San Pedro

    En la pilastra siguiente a la capilla del Santísimo se encuentra la tumba monumental de Gregorio XIII (1572-1585), el Papa que reformó en 1582 el calendario universal utilizado desde la época de Julio César. Con el paso de los años, el «día más largo» no era el 21 de junio, ni el más corto era el 21 de diciembre.

    La tarea de hacer los cálculos desde el observatorio astronómico, visible todavía hoy sobre la enorme mole de los Museos Vaticanos, recayó en el jesuita alemán Christoph Clavius.

    El bajorrelieve del sepulcro representa a Gregorio y Clavius elaborando el llamado «calendario gregoriano», que suprimió 11 días para corregir los errores astronómicos acumulados en quince siglos. Del 4 de octubre se saltó, al amanecer, al día 15. En esa «larga noche» falleció Teresa de Ávila.

  6. El monumento de los últimos Estuardo

    Monumento a los tres últimos Estuardo
    Monumento a los tres últimos Estuardo

    En la nave lateral izquierda, unos ángeles desnudos esculpidos en 1829 por Antonio Canova llaman la atención sobre el monumento a los tres últimos Estuardo: el rey Jaime III de Inglaterra y VIII de Escocia, fallecido en 1766, a quien acompañan sus hijos Carlos Eduardo, conde de Albano, y Enrique, duque de York y posteriormente cardenal de Frascati. La tumba común de los tres se encuentra debajo, en la Grutas Vaticanas.

    Perdidos en la práctica los dos tronos, el rey Jaime estableció su corte en el exilio en Roma, donde falleció en 1766. La disputa dinástica, prolongada en vida de sus hijos, tuvo como desenlace el paso de la corona a los Hannover.

  7. La cátedra… de Carlos el Calvo

    En el ábside de la basílica, los peregrinos pueden admirar dos grandiosos monumentos escultóricos: la Cátedra de San Pedro en bronce y, sobre ella, la Gloria, ambos de Bernini.

    La Cátedra de San Pedro es una gran silla de bronce, sostenida por cuatro padres de la Iglesia, y simboliza la tarea de magisterio del Papa.

    En realidad es un relicario, y durante siglos se pensaba que contuviese en su interior la cátedra utilizada por Pedro cuando vino a Roma. Seguramente, el pescador de Galilea tenía sandalias, pero nunca tuvo cátedra.

    En el interior de la gran silla de bronce hay un trono del siglo IX, muy probablemente el utilizado por Carlos el Calvo el año 857 en su ceremonia de coronación, regalado después al Papa Juan VIII.

    La primera de las 23 coronaciones imperiales celebradas en la basílica fue la de Carlomagno la noche de Navidad del año 800. La última fue la del emperador Federico III el día de San Jose de 1452.

  8. La urna que no contiene las reliquias de Pedro

    Tumba de San Pedro en la Basílica vaticana
    Tumba de San Pedro en la Basílica vaticana

    En el centro del crucero se alza, sobre el altar de la Confesión, el majestuoso baldaquino de Bernini, de 29 metros de altura. Por las escaleras situadas justo delante se baja hasta las Grutas Vaticanas, donde se puede ver, detrás del arco señalado como «Sepulchrum Sancti Petri Apostoli», un mosaico de Jesucristo Salvador, del siglo IX, y una misteriosa urna.

    La mayoría de los peregrinos piensen que la urna debe custodiar, lógicamente, las reliquias de San Pedro. En realidad contiene los palios -una especie de estola ceremonial de lana, de cinco centímetros de ancho, decorada con seis cruces negras- que el Papa entrega cada año el día 29 de junio, fiesta de San Pedro y San Pablo, a los nuevos arzobispos metropolitanos.

    El palio –que el Papa lleva decorado con cruces rojas- es un símbolo de unidad con el sucesor de Pedro, y por eso los nuevos se depositan junto a su tumba hasta el comienzo de la ceremonia de imposición.

  9. La verdadera tumba de Pedro el pescador

    El muro de los grafitti
    El muro de los grafitti

    En realidad, la tumba de Pedro está en un nivel inferior al de las Grutas Vaticanas, cuyo pavimento es el de la primera basílica, la construida por Constantino en el siglo IV.

    Para llegar hasta el verdadero lugar de la tumba del Pescador hay que hacer una reserva con bastante antelación en el «Ufficio Scavi», que administra las visitas a la Necrópolis Vaticana, situada a un nivel inferior al de las Grutas.

    La Necrópolis es el verdadero paraíso de los arqueólogos, pues las tumbas de varios personajes ricos contienen piezas únicas. Entre ellas, la más antigua representación de Cristo como «Dios Sol». Pero lo más interesante son los restos del primer altar, el modestísimo “Trofeo de Caius”, que marcaba la sencilla sepultura de Pedro en la tierra desnuda.

    Era un enterramiento de pobre, con los restos mortales envueltos en una tela y protegidos tan sólo por unas tejas rectangulares dispuestas en forma de «V» invertida a modo de bóveda sobre el cuerpo antes de volver a echar la tierra. Las vicisitudes de la historia, que incluyen diversos traslados para proteger esas reliquias, han impedido una identificación segura por los arqueólogos. Pero el lugar de la tumba era ese, justo en la vertical del altar y de la cúpula más hermosa del mundo.

  10. Las dos cúpulas de Miguel Angel

    Las mejores vistas de la ciudad y del Vaticano
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    Quien visite la basílica debe reservar tiempo, al menos un par de horas, para subir a la cúpula. Hay que fijarse bien en los letreros para identificar el acceso, a la derecha de la entrada de la basílica, donde se encuentran la taquilla y el viejo ascensor que lleva hasta el nivel de la cubierta de la nave principal.

    Vale la pena ir sin prisa y, en lugar de subir inmediatamente a la cúpula, caminar sobre el templo hasta la vertical de la fachada para ver desde allí la plaza de San Pedro. La estatua de Cristo, «pequeña» vista desde la plaza, mide 7,5 metros de altura.

    Cerca del acceso a la cúpula hay un busto de Miguel Angel quien, en realidad, construyó dos: la que se ve desde toda la ciudad, cubierta de planchas grises de plomo, y la que se ve desde el interior del templo, decorada con mosaicos y frescos.

    Al entrar en el tambor hay que pararse a contemplar, a vista de pájaro, el baldaquino y las personas que caminan dentro de la basílica. Parecen simples “puntitos” que se mueven.

    La estrecha escalera comienza con tramos verticales pero, a medida que el espacio entre las dos cúpulas se vuelve cada vez más inclinado, también lo hace la escalera, y es preciso apoyarse en una mano para no perder el equilibrio. Al final, después de una estrechísima escalera de caracol, se llega al premio: la mejor vista de Roma y de los jardines del Vaticano.

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