Algo más que un inquisidor
«La ferocidad regada de espumarajos que desde ciertos sectores se ha dispendiado para saludar a Benedicto XVI constituye la mejor prueba de la oportunidad de su elección; pues lo que desde dichos sectores se desea es una Iglesia genuflexa, desarmada y náufraga»
Como era previsible, la elección de Benedicto XVI ha provocado una súbita erisipela en ambientes progresistas, casi siempre sostenida sobre un cúmulo de tópicos que alcanza densidad de mugre. Casi todas las invectivas dirigidas contra el nuevo Pontífice se fundan en una burda caricatura que lo reduce a una suerte de Torquemada redivivo, un inmovilista aferrado a la ortodoxia, incapaz de afrontar las exigencias de nuestra época. Creo que en esta caracterización paródica subyace la creencia un tanto turulata de que los credos religiosos requieren una revisión constante, una continua «aclimatación» a cada instante y cada época. A nadie se le ocurriría afirmar que tal o cual sistema filosófico merece crédito en verano, pero no en invierno; o que tal o cual teoría cósmica es verosímil al mediodía, pero no a la medianoche. Un credo religioso no puede depender de las veleidades de cada época; lo cual no quiere decir que no deba esforzarse por atender las preguntas que cada época le dirige. En su capacidad para responder vigorosa y convincentemente a tales preguntas mediremos su grado de salud; pero desde el momento en que su respuesta se reduce a un allanamiento o claudicación ante el griterío aturdidor de cada época podemos afirmar sin temor a equivocarnos que dicho credo ha dimitido de su vocación, que no es otra sino ofrecer asideros firmes frente a la marea de relativismo circundante. Así, la ferocidad regada de espumarajos que desde ciertos sectores se ha dispendiado para saludar a Benedicto XVI constituye la mejor prueba de la oportunidad de su elección; pues lo que desde dichos sectores se desea es una Iglesia genuflexa, desarmada y náufraga, sometida al vaivén de las modas e incapaz de remar a contracorriente.
En la caracterización tosca que se ha propagado de Benedicto XVI confluyen el reduccionismo, la mistificación y la ignorancia propiamente dicha. Así, por ejemplo, cuando se le pinta como un azote de heterodoxos, se recuerda su rigor con corrientes modernistas al estilo de la teología de la liberación; no se recuerda, en cambio, que desde su cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, empleó idéntico rigor con corrientes architradicionalistas como la que capitaneaba el obispo Marcel Lefevre. Se ha repetido que su pensamiento es rígido, fundamentalista y retrógrado, pero la lectura de sus obras desmiente esta afirmación: se trata, desde luego, de un pensamiento que postula un regreso a los fundamentos de la fe, una purificación de adherencias postizas; pero en este llamamiento a la integridad no detectamos la tentación del inmovilismo, sino, por el contrario, un esfuerzo por hacer comprensibles unas verdades inmanentes en el lenguaje de hoy, que a fin de cuentas es lo que trató de hacer el Concilio Vaticano II. Se ha tachado también al nuevo Papa de antifeminista; pero en realidad lo que Benedicto XVI ha denunciado es el error de cierto feminismo, que concibe la promoción de la mujer como una igualación con el hombre que anule su especifidad. Al vindicar la necesidad de diversificar a los seres humanos en dos sexos, Benedicto XVI ha demostrado valentía e inconformismo: cancelar la diferencia sexual significa anular la potencialidad femenina y rebajar la dignidad de la mujer, aunque sea bajo la máscara de la igualdad absoluta, más allá incluso de los imperativos biológicos. Benedicto XVI ha sabido leer el feminismo desde un nuevo punto de vista; lo cual no es óbice para que le exijamos un mayor protagonismo de la mujer en el Gobierno de la Iglesia.
Desmantela la imagen de inquisidor
Con sus primeras actitudes, Benedicto XVI está desmantelando esa imagen monolítica del Gran Inquisidor encaramado en un púlpito de intransigencia que le atribuyen sus detractores. En su primer mensaje como Pontífice, afirmó que «hacen falta gestos concretos que penetren en las almas y muevan las conciencias, solicitando de cada uno esa conversión interior que es el presupuesto de todo proceso de ecumenismo». Benedicto XVI ha querido que la ceremonia que se celebrará el próximo domingo se denomine de «comienzo del ministerio petrino como Obispo de Roma», y no como era costumbre de «inicio solemne del ministerio como Pastor Universal de la Iglesia», con un matiz que sin duda será muy apreciado por las otras confesiones cristianas. El Papa, en un gesto cristalino de disponibilidad ecuménica, visitará el lunes la Basílica Ostiense, para venerar el sepulcro de San Pablo, un gesto que subraya el vínculo inseparable de la Iglesia de Roma con el Apóstol de los gentiles. Allí, en la Basílica Ostiense, Juan XXIII anunció el 25 de enero de 1959, fiesta de la conversión de San Pablo, que convocaría un Concilio; allí Pablo VI, celebró una oración con los observadores no católicos del Concilio Vaticano II que él se encargaría de clausurar; allí declaró Juan Pablo II el Jubileo. En este gesto tan elocuente de Benedicto XVI no vislumbramos tan sólo un rasgo de continuismo con la mejor herencia de sus predecesores, sino sobre todo una voluntad auténtica de hacer más inteligible y universal el mensaje cristiano.
Honestidad y estatura intelectual
La honestidad y estatura intelectuales de Benedicto XVI, por lo demás, han sido reconocidas incluso por personalidades como Hans Küng, muy alejadas de sus postulados. A la postre, lo que molesta y ofende del pensamiento de Benedicto XVI es que parte de una convicción: para él, el mensaje cristiano representa la verdad; una verdad no anquilosada, sino sometida a continua pesquisa, pero verdad a fin de cuentas. Naturalmente, una época que no concibe la posibilidad de una verdad que se oponga a sus delicuescencias y descarríos mira con recelo, repulsa y, sobre todo, pavor, a Benedicto XVI, el Papa que ha hecho suyo el lema de su predecesor: «No tengáis miedo». Desde luego, quienes soñaban con una Iglesia genuflexa, desarmada y náufraga, sometida al vaivén de las modas e incapaz de remar a contracorriente, tienen razones de peso para sentirse defraudados.
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