Windsor
La frase más oída en la «rentrée» es esa que te sueltan todos los taxistas cuando quieren trabar conversación: «Menudo alivio, lo del Windsor.» ¡El Windsor! ¡Aquel gigante que se erguía sobre Madrid rodeado de extensas zonas ajardinadas! (Eso decían los anuncios en los cines de los Reyzábal. ¿Qué sería de los anuncios? ¿Qué sería de los cines? ¿Qué sería de los Reyzábal?) Un funcional incendio en un «febrerillo» loco se lo llevó por delante como al olmo viejo en la colina que lamía el Duero, pero, al contrario que el del poeta, nuestro corazón nunca esperó otro milagro de la primavera. «Menudo alivio, lo del Windsor», repiten los taxistas. «¿Sabrán, al fin, estos señores, quiénes eran los fantasmas del Windsor?», se pregunta el viajero, con el despiste del recién llegado. Al incendio del Windsor le haría falta una comisión de investigación como la del incendio de Guadalajara, donde los políticos responsables se han investigado a sí mismos con el resultado de encontrarse francamente irresponsables. ¡Ah, la vieja Españeta! Ya los ministros de julio de 1921, fecha del grande incendio de Annual, se reunieron en el domicilio de su presidente y acordaron que no existía motivo alguno para exigirles responsabilidad. Los cronistas de la época refieren que tan excelentes señores estaban, como es natural, preocupadísimos, y que durante la reunión no cesaron de dirigirse recíprocas excitaciones para ver si hallaban algún pretexto de queja contra sí mismos. «Con franqueza, don Fulano -decía uno-, reúna sus recuerdos y explíquese en qué he podido yo faltar». Don Fulano movía lentamente la cabeza: «En nada, en nada... Y yo, ¿he faltado yo a alguien?» «No, no», protestaban los otros. «Pero, en fin, ¿les parece a ustedes que se nos debe residenciar políticamente?» «¡Jamás!» «¡Qué disparate!». El presidente interrogó: «¿Estamos todos de acuerdo? Si hay alguno que crea ser desterrado a Fernando Poo, no vacile en proclamarlo». Nadie lo proclamó. Entonces decidieron por unanimidad que todos eran intachables favorecedores del país y que, aunque ocurrieran veinte Annuales, continuarían sacrificándose en el noble ejercicio de la política.
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