El auténtico José Tomás (20/9/2002)
Tal vez en alguna ocasión José Tomás escuchó tras las esquinas del aire aquella frase que John Lennon le dijo a Mohammad Alí: «Cuanto más auténtico seas más raros serán los demás». Y la interpretó a

Tal vez en alguna ocasión José Tomás escuchó tras las esquinas del aire aquella frase que John Lennon le dijo a Mohammad Alí: «Cuanto más auténtico seas más raros serán los demás». Y la interpretó a su manera.
La verdadera autenticidad de J.T. estalló en el trienio cabal de 1997/98/99 con un toreo asombroso que cautivó por su pureza y profundidad, por los terrenos inverosímiles que transgredía, por una izquierda de oro y un capote de seda, por el valor para ligar natural con natural por la unión de una cintura juncal para hacer del toreo un todo sin partes. La muleta por delante, como el pecho; la suerte cargada, el tópico de la «pata p'alante» como inapelable realidad; las Puertas Grandes venteñas de atardeceres imborrables. Rizaba entonces Tomás el rizo de lo imposible al poner a todo el mundo de acuerdo en un planeta, como bautizó el Caña al pequeño territorio taurino, donde dos y dos no suman cuatro, según quien cuente. Pero J.T., llamado a ser un torero de época, cambió formas y se obsesionó con la figura de Manolete, una idolatría que aportó una sobreinterpretación hierática, de quietud impertérrita, dramática, de trazo más perfilero, menos flexible. A su sombra nació el tardotomismo, un movimiento formado por quienes creían que J.T. era eso y la manoletina, cuando realmente José Tomás se explicaba a través del concepto belmontino, bañado, si se quiere, por una verticalidad en absoluto artificial. Desde entonces se aplaudía todo y se admitía más aún, desde la justificación de ausencias en plazas de categoría donde la presencia de la televisión servía de escudo hasta desembocar en unas exigencias respecto al toro que han explotado este año en repetidas polémicas y altibajos, pasando por las temporadas crujidas a volteretas y cornadas. Aun con todo José Tomás ha sido/es distinto, sin entrar en su hermética personalidad de extra-ruedos o en su entorno; el toro que no mató hace un par de sanisidros, una anécdota, escondía algo más: el principio de la desilusión, producto quizá de la carencia de la vitamina A de la Ambición y la Afición, inherente a cualquier figura, y que tal vez haya derivado en este hasta luego. Hace poco, en Valladolid, José Tomás se acercó otra vez, como el último mayo con un toro de Alcurrucén, al auténtico José Tomás, un lujoso sueño al que habrá que esperar despiertos a que un día se reproduzca.
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