La vitrina de Joaquín
Que siga un año más es una fortuna porque lo que Joaquín aporta a este Betis no se encuentra en el mercado
Joaquín levanta el trofeo de la Copa del Rey en la fiesta del Benito Villamarín
Le vi por primera vez en Huelva. Agosto del año 2000. Recién descendido el Betis a Segunda división, volvió el equipo a Andalucía después de una larga concentración de pretemporada en Galicia, a la orden de Fernando Vázquez, y para abordar el Trofeo ... Colombino convocó el nuevo técnico bético a un joven extremo de la cantera del que se hablaba mucho pero que no había tenido la oportunidad de realizar el «stage» en Mondariz. Aquellos dos partidos fueron deslumbrantes. No sé si es realidad o ensoñación, pero creo recordar que entonces llevó el dorsal 16 que había lucido Denilson en las dos temporadas anteriores, antes de ser cedido de vuelta al Sao Paulo tras el descenso. Lo que sí sé es que comentamos en las retransmisiones radiofónicas que en esos ratos que tuvo en ese bolo veraniego, había demostrado más cosas aquel muchacho de El Puerto de Santa María que el supuesto astro brasileño en dos campañas completas. Joaquín Sánchez, 19 años recién cumplidos entonces, se quedó ya con el plantel que iba a abordar el reto único e ineludible del regreso a Primera y se convirtió en muy poco tiempo en la estrella del mismo.
Han pasado casi 22 años. Hoy todos recordamos que Joaquín adelantó hace unos meses su decisión de dejar el fútbol al finalizar la presente temporada. Fue en el programa El Hormiguero, que con tanto éxito presenta Pablo Motos en el horario de máxima audiencia («prime time») de Antena 3 Televisión. El anuncio, aunque inesperado, no sorprendió a casi nadie, esta es la verdad, ya que en ese momento el portuense apenas contaba para Manuel Pellegrini y a su edad son muy pocos los futbolistas profesionales que siguen en activo. «Es ley de vida», pensamos con resignación los béticos y el resto de admiradores del atacante verdiblanco. Sin embargo, ahora que Joaquín ya nos ha dicho que no va a colgar las botas en junio, también recuerdo que fue en el mismo programa, quizá uno anterior, quizá uno posterior, donde el capitán del Betis contó que cuando le estaban construyendo su nueva casa, no mucho tiempo atrás, el arquitecto estaba obsesionado con ponerle vitrinas para exponer los trofeos acumulados en su carrera deportiva. «¿Pero qué trofeos?», preguntaba Joaquín entre carcajadas. «Si yo no he ganado títulos, Pablo… Paredes para colgar cuadros le decía yo que había que poner, ¿qué trofeos?». El público, cómo no, se contagió de esa risa inevitable y sincera que siempre provoca a su alrededor. Y El Hormiguero volvió a arrasar esa noche en la guerra de las audiencias.
Diferente, carismático e inimitable
Pero trofeos no le faltan a Joaquín. Este es uno y no tiene sitio en vitrina alguna: su éxito como deportista de alto nivel y como personalidad singular. Porque a este tipo le pasa como al propio Betis: que es diferente y carismático, y no es imitable. Y esto también genera mucha envidia. Cierto es que el mito bético no ha sumado tantos títulos como le podíamos augurar en los primeros años de su carrera, y en eso insisten sus detractores, hurgando en la herida que se supone que es la que más pica al portuense. Pero también es verdad que es interminable la lista de jugadores peores que Joaquín, y mucho peores, que han conquistado esos ansiados logros colectivos que se le han negado al de El Puerto, y esto no les sirve ni les va a servir para que se les reconozca un nivel más alto del que han demostrado. Nunca he entendido la relación que muchos quieren establecer, a su conveniencia, entre los éxitos de equipo y el reconocimiento de la calidad de un futbolista. Los individuos hacen los grupos, y en los buenos grupos hay malos jugadores como los hay magníficos en grupos horrorosos. Hay, en fin, grandes futbolistas con pocos títulos y los hay mediocres con muchos. Querer medir la talla futbolística de Joaquín por los títulos que no ha conseguido es una memez como otra cualquiera. Como la de desmerecerle deportivamente por el hecho de ser popular y simpático, o por aparecer de forma recurrente en programas de televisión de carácter desenfadado. Esto, a mi parecer, es pura y mala envidia, porque lo bien o lo mal que caiga el personaje no hace mejor o peor al futbolista. Da igual a estas alturas si Joaquín ha ganado más o menos títulos porque su carrera deportiva es excepcional y su calidad ha sido reconocida durante veinte años en la elite, se reconoce aún hoy y se va a reconocer el año que viene, no tengo duda alguna.
Diecisiete
Es su número. El que ha llevado a la espalda ni se sabe cuánto tiempo. El que le identifica. Y también, curiosamente, el que marca los años que han pasado desde que ganó su primera Copa del Rey con el Betis, cinco después de su irrupción en el primer equipo y uno antes de irse a probar fortuna a otros lares, y esta segunda que recogió él mismo en La Cartuja, de manos de Felipe VI, siete años después de su regreso a casa y a tres meses de cumplir los 41 «palos». Y ahí está, viendo pasar el tiempo, como dice la canción, y liderando un proyecto que es para él segunda juventud y la oportunidad de ser mejor cuando casi todos están ya aprendiendo a gestionar la jubilación. Es un caso único de fortaleza mental, de resistencia física y de capacidad para aglutinar, no cabe duda, pero su palanca y lo que de verdad le define es la inteligencia, y esta es, que nadie se confunda, la que está alargando su carrera. Porque Joaquín Sánchez, por encima de todo lo demás, es un hombre de una inteligencia extraordinaria que habría sido en la vida cualquier cosa que hubiera querido de no haber elegido el fútbol para expresar su talento natural, y mientras cuatro despistados piensan que es un cuentachistes, él ha desarrollado una de las trayectorias más largas en la alta competición profesional del fútbol y ha construido una marca sólida, atractiva y perfectamente reconocible que le va a permitir hacer lo que le dé la gana cuando por fin vea, antes que el resto, que ha llegado el momento de dejar la competición. Todo ello, y aquí el mérito principal, sin dejar de ser nunca el niño de 19 años al que Fernando Vázquez convocó para aquel Colombino a la vuelta de Mondariz.
Hay quien piensa que Joaquín debería retirarse ahora, con esta segunda Copa del Rey bajo el brazo, estando en todo lo alto y como colofón a una campaña formidable en la que dio el callo, participó de forma regular en las todas competiciones en las que estuvo el equipo y lo hizo a un nivel excelente. Nada se le puede reprochar a esta opinión, desde luego, pero la mía es que lo que aporta Joaquín a este Betis es un lujo que no se puede comprar en el mercado, y que su decisión de seguir un año más es muestra de una generosidad increíble. En realidad, no hay vitrina suficiente para guardar tanto como Joaquín Sánchez tiene para presumir.
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