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La reflexión sobre el hombre, por Víctor García de la Concha

Laín, que fue director de la Real Academia Española (1982-87) acude con su antecesor en el cargo, Dámaso Alonso, a una recepción en el Palacio Real

Quien tiene autoridad para ello le ofreció hace algún tiempo un título nobiliario. Pedro Laín —«que buen caballero era»— agradeció de corazón el gesto pero declinó el honor. Creo que, puestos a buscar el título que más podría cuadrarle, tal vez sería el que encabeza estas líneas apresuradas. Humanista, ante todo, en el sentido clásico del término, por su ambición de saber universal. Procedente del campo de la Medicina, proyectó muy pronto los saberes acerca del cuerpo hacia una reflexión filosófica sobre el hombre. Ahí queda como síntesis de su pensamiento antropológico la «Idea del hombre», con su triple meditación sobre el cuerpo humano; cuerpo y alma; y cuerpo, alma y persona. En la base están, desde luego, las enseñanzas de Cajal, y, entreveradas con ellas, las de Unamuno, Ortega y Zubiri. Por eso, humanista español.

Pero, a la par, humanista español, porque Laín conjuga el estudio del hombre con la reflexión apasionada sobre el hombre español en su concreta circunstancia histórica. De «La generación del 98» a «España como problema» y «A qué llamamos España», Laín se ha esforzado en desentrañar las raíces más hondas de la persistente conflictividad española que se refleja en el campo de la ideología religiosa y cívica, en el de las diferencias socioeconómicas y, por fin y de manera hoy muy acentuada, en el de las nacionalidades y regiones. Marcado, como tantos, por la terrible experiencia de la Guerra Civil, no dudó Laín en señalar en su conocido «Descargo de conciencia» que «el más importante y urgente de los deberes del vencedor en una Guerra Civil consiste en hacer enteramente suyas las razones del vencido, y por tanto en deshacer para siempre los presupuestos que hicieron históricamente posible la guerra en que venció».

No se lo perdonaron los maniqueos de uno y otro lado, pero con esa actitud reflexiva y con su ejemplo personal abrió Pedro Laín para muchos amplios espacios de convivencia. En concreto, solía contar que cuando le preguntaban qué tal en la Real Academia Española, respondía que muy bien por tres razones: porque es lugar noble, donde se presta a la sociedad un servicio noble sirviendo a la lengua y donde un comunista se sienta y dialoga amigablemente con un monárquico de derechas.

Era en la actualidad el decano de los académicos y director honorario de la Corporación. Ha sido un académico activo y un director eficaz al que se debe, entre otras muchas cosas, la «Asociación de Amigos de la Academia». Por eso y por haber sido un gran humanista español le lloramos hoy: «que buen caballero era».

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