Un hombre claro y afectuoso, por Gregorio Salvador

Así veo yo a Pedro Laín Entralgo en este día amargo de su muerte, una muerte tristemente esperada tras una vida larga, completa, intensa, aleccionadora. Desaparece con él, entreoigo esta mañana, uno de los últimos humanistas y creo que efectivamente es así: había traspasado muy pronto las estrictas fronteras de la especialización y se había introducido en un ámbito de dilatados saberes, de conocimientos enlazados y vivos, en los que nos marcaba rutas y nos suscitaba ideas a los que veníamos detrás. Y nos enseñaba, sobre todo. Porque sabía comunicar, eso que ahora se estima tanto. Sus conferencias o sus ensayos eran un prodigio de construcción, donde iba trazando líneas aparentemente independientes que luego convergían en un fruto insospechado, en un pensamiento sólido y en una invitación a continuar. Yo aprendí mucho en sus libros y me acompañó en «la aventura de leer». No lo conocí personalmente hasta mi elección para la Academia, hace quince años. Él era el director entonces y conocerlo era como entrar en otro mundo, en el de los libros y las ideas, en lo que había sido mi vida de estudio paralela a la vida real. Y me encontré con que no había frontera: la mente clara correspondía a un hombre afectuoso, amable, sencillo, que lo hacía a uno sentirse instalado en el centro mismo de la más hermosa realidad. Creo que ha llegado a contarme entre sus amigos, en estos tres lustros de convivencia, y yo lo que siento hoy es la pérdida del hombre bondadoso, de la persona querida. Porque su obra queda: vislumbro sus libros en la estantería que tengo enfrente y me siento acompañado. Su palabra aún me podrá sacar de una duda o podrá orientar mis reflexiones. y las de otra mucha gente que vendrá después, con el transcurrir del tiempo. Es la grandeza del escritor: su pensamiento queda. Aunque hoy sólo nos consuele llorar al amigo, al hombre cabal que se nos va.

Gregorio SALVADOR

de la Real Academia Española