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Brillantes armas intelectuales, por Ángel Martín Municio

Frente a frente, jueves tras jueves, desde su abierto ángulo craneano de bella testa romana hasta el rictus amargo precursor, en lo que cambia la figura erguida en el sillón académico directoral hacia la aposentada en la silla de inválido en el lugar de mayor antigüedad; así he ido yo siguiendo paso a paso, cómo la elegante retórica lainiana cedía a un silencio que dejaba entrever, sin embargo, su pensamiento entristecido. Porque pensamiento y retórica entrelazados fueron las brillantes armas intelectuales con las que Pedro Laín fue maestro en tantas artes.

Y si esta es la imagen y el recuerdo de los últimos veinte años, tengo la juventud necesaria y la madurez suficiente para haber sido testigo de ese medio siglo de vida universitaria y académica españolas, en las que él fue siempre un protagonista destacado. Por ello, la ciencia española, la historia y la política de la ciencia son grandes deudoras de las ideas y los trabajos del gran maestro que nos acaba de dejar. Lo he dicho tantas veces que no podré mentir, cuando he asegurado que en mis años de joven investigador y profesor universitario no me perdía ninguna de las conferencias de don Pedro. Tan es así que cuando, en la década de los 60, recién catedrático complutense, dirigía yo los Cursos Internacionales sobre Biología Molecular, la conferencia inaugural del primero de ellos corrió a cargo del profesor Laín. Y recuerdo perfectamente mi visita y mi conversación para rogarle su intervención en aquella ocasión en que comenzaban a circular en España estas ideas. Fue ésta mi primera relación personal, tan afectuosa y cordial que se ha mantenido, más intensa por la permanente vigilia semanal, durante las últimas décadas.

Con exagerada frecuencia se escatiman los elogios a los maestros que en los comienzos de la segunda mitad del pasado siglo lograron, desde dentro, mantener el prestigio de la ciencia española. No debiéramos aguardar a estos momentos; aunque sea así, sin embargo, yo quiero levantar la memoria de Pedro Laín y la de aquellos que, aunque pocos ciertamente, han hecho posible la situación de esperanza en que nos encontramos. Y, con quizá mayor frecuencia, se levantan muros artificiales, puede que también interesados, para fragmentar el humanismo integral; ese único humanismo sobre el que Laín escribió tanto, y, sobre todo, practicó. No de otra manera pudo hacerse historiador después de estudiar la Medicina, y ello tras titularse en Química.

La Ciencia, la Medicina y la Historia tienen ya, en su memoria, grabado su nombre.

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