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Incultura

Mucho ha tardado el Ayuntamiento en desagraviar a Chirino borrando este baldón. Admitamos que mejor tarde que nunca

Juan Julio Fernández

Cultura significa respeto y veneración por lo cultivado, objeto de culto, por lo que la mutilación de la escultura de Martín Chirino en la Plaza de Europa de Santa Cruz de Tenerife hay que inscribirla en un capítulo de incultura. Afortunadamente, la determinación del Ayuntamiento, con mea culpa, acto de contrición y propósito de enmienda –aunque tardíos y no queda muy claro si con verdadera contrición o por temor a una anunciada demanda-, de devolver el largo brazo alevosamente seccionado a la escultura que llenó a la Plaza de contenido cuando se implantó y que perdió cuando fue mutilada para impedir –dicen- que unos gamberros incultos, sumergidos en alcohol y puede que en algún otro alucinógeno, se encaramaran en ella y provocaran un accidente, supone devolver las aguas a su cauce si los dirigentes políticos admiten que el panem et circenses, aunque haya existido siempre, no es de recibo hoy, ni en tiempo de crisis, alegando que es preferible aletargar a las masas para que no se solivianten que gobernar con decisión y poniendo cada cosa en su sitio.

Me tocó presidir la Delegación del recién creado Colegio de Arquitectos de Canarias cuando, recién llegados a las Islas con voluntad de sumirnos en los aires de renovación que corrían, más fuera que dentro de España, aunamos esfuerzos y derrochamos entusiasmo para montar la I Exposición de Escultura en la Calle, con el apoyo del Ayuntamiento de Santa Cruz, del Cabildo Insular y la entonces Caja de Ahorros de Canarias. Y a punto de cumplirse cuarenta años de lo que fue un “evento” que catapultó el nombre de Tenerife al mundo, es cuando tenemos que lamentar este episodio, más sombra que luz en la ciudad. En aquella ocasión, fueron escultores de renombre mundial como el estadounidense Calder, el francés Viseux y, entre los españoles, Alfaro, Basterrechea, Chillida, Gabino, Julio González, Miró, Alberto Sánchez, Sempere, Subirachs y otros que ahora mismo la memoria me veta, sembraron nuestras calles y plazas con sus obras, para asombro de muchos, regalo de algunos y rechazo de otros. Pero aquello supuso un antes y un después en toda España, hasta el punto de que hoy no hay rotonda que se precie, dentro y fuera de las Islas, que no cuente con una escultura, aunque en ocasiones diste mucho de serlo.

En aquel año, el Colegio de Arquitectos, que acababa de estrenar sede con plaza aledaña, contó con la Lady de Martín Chirino, que nos regaló una obra que, desde entonces, es un hito en la ciudad. Cuarenta años atrás había más recelo hacia unas formas nuevas, con materiales no tradicionales, pero la magnitud del acontecimiento se impuso y nos legó un patrimonio que muchos nos envidian. Esto hace más lamentable la mutilación de la obra de Chirino quien, con su arte, ha añadido renombre al nombre de Santa Cruz. Mucho ha tardado el Ayuntamiento en desagraviarlo borrando este baldón. Admitamos que mejor tarde que nunca.

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