Entre los grandes intérpretes que circulan por el Festival de Lucerna (Abbado, Boulez, Chailly, Haitink, Muti, Nelsons, Rattle, Thielemann, Mehta...), el de Daniel Barenboim tiene arraigo. Hace cuarenta y cinco años que se presentó como pianista y desde entonces ha convertido este escenario en foco de sus diversas inquietudes musicales. En esta edición acaba de dirigir a la orquesta West-Eastern Divan y aún volverá en septiembre al frente de la Staaskapelle Berlin.
La primera de las agrupaciones es todo un símbolo por lo que representa de conciliación palestino-israelí, por la vinculación española gracias a su residencia en Andalucía y por la capacidad académica para muchos jóvenes intérpretes. A principios de mes se la escuchaba en la plaza Mayor de Madrid antes de salir hacia Oriente; ahora inicia en Lucerna una gira europea. Las sinfonías cinco y seis de Beethoven han sido las obras elegidas para su presentación en el formidable KKL, auditorio construido por Jean Nouvel.
¿Cabe, por tanto, juzgar a la West-Eastern como una orquesta entre las grandes? Sin duda que no. Le falta un sonido definitivamente acabado, solistas con experiencia y calidad consumada, capacidad para sostener la música con tensión y significado de fondo en sus interpretaciones. Así se ha escuchado en Lucerna, donde el juego de la aritmética musical al que cabe reducir la quinta sinfonía tuvo una mejor orientación que la «Pastoral» en su descriptivismo ambiental; en el primer caso concluyendo la obra en una demostración de poder sonoro y en el segundo con dificultades para mantener el sentido contemplativo que Barenboim reclamaba de la interpretación.
Que el poder de ambas versiones estuviera fundamentado en el contraste antes que en una verdadera dialéctica, y que todo tuviera un perfil robusto pero frío, poco dramático y aún menos cómplice significa que los méritos estaban en otro lugar. En este sentido tuvo mucho interés observar el estupendo trabajo de fondo, tras el que se adivina tiempo y una cabeza rectora con las ideas en su sitio, la vinculación de todos los instrumentistas y la seguridad ante las indicaciones de Barenboim. Actuar en Lucerna tiene su importancia, las comparaciones son inevitables. Aquí no caben medias voluntades. Tampoco las tiene la West-Eastern Divan. Únicamente pertenecen al mundo de lo creíble y no al de la definitiva realidad.

















