punto de fuga
El castigo de Sandra
He ahí la almendra del nacionalismo lingüístico: extirpar el idioma común de la comunidad imaginada, tratar de convertirlo en una anomalía a estigmatizar. Para eso se ingenió la inmersión en su día.
Esa aberración pedagógica llamada a ocupar un lugar de honor en la historia universal de la infamia, la inmersión lingüística obligatoria, progresa adecuadamente. El fervor gramático que regía la mente ida de aquel cura “trabucaire” del PSAN reconvertido al pujolismo, Joaquim Arenas, el camarada Arenas, sigue iluminando a los alguaciles del Santo Oficio Lingüístico, esos devotos de la causa que velan por la ortodoxia monolingüe en colegios e institutos. Porque la inmersión nunca quiso ser un método para aprender el idioma. Bien al contrario, constituye la piedra roseta ideológica de los nacional-sociolingüistas. Y la gran cuestión para ellos no reside en pulir el catalán de los nuevos hablantes, sino en proscribir el castellano. He ahí la almendra del nacionalismo lingüístico: extirpar el idioma común de la comunidad imaginada, tratar de convertirlo en una anomalía a estigmatizar. Para eso se ingenió la inmersión en su día. Y para eso el alguacil de guardia en el “aula de acogida” del I.E.S. de Corbera expulsa a los alumnos al pasillo cuando se les escapa alguna frase en español.
Así es como han conseguido esos pequeños chequistas escolares que Sandra E.M., una adolescente canaria de dieciséis años, haya acabado abandonando Cataluña. Que por algo en rincón alguno del mundo civilizado existe algo similar. Ni siquiera en Quebec, contra lo que ordena la mentira oficial al uso. Porque el cuento de Canadá, tantas veces repetido, no es más que eso, un cuento. Pues la inmersión en francés es allí voluntaria para la prole de los ciudadanos anglófonos, cerca de la cuarta parte de la población. Nadie que no tenga por lengua materna el francés se ve escolarizado a la fuerza en ese idioma. Ni siquiera en Quebec sucede. Y huelga decir que tampoco en Finlandia, el país que posee el mejor sistema educativo del mundo y donde la minoría de habla sueca recibe la instrucción docente en su idioma materno. Ni se les ha pasado por la cabeza sumergirlos. Miserias del país “petit”.
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