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no somos nadie

Y al sursum corda

antonio piedra

Al encantarme el jolgorio tanto como a la parida el pollo, pues voy derechito a la animación en tiras. Ayer vi en la prensa escrita las celebraciones en Castilla y León con motivo de la Constitución, y observo dos detalles con cante. Primero, que los socialistas brillan por su ausencia. El puente es largo, y ni acudieron ni tampoco se les esperaba. Ellos son así de cumplidores. Sobre todo sabiendo que Rubalcaba, su jefe de filas, ya no pasa lista por un valor amortizable. Entonces, aplican en emulsión la ley de suficiencia: entre hermanos, basta con dos testigos y un notario. Comprensible. Pero ver el careto del alcalde Folgueral en Ponferrada, dando la mano a su predecesor en el cargo -foto de Enfoque en ABC, página 12-, es todo un poema constitucional de patada en las pelotas.

Segundo detalle: de no haber sido por el PP y sus juventudes, la celebración constitucional en la Meseta hubiera emigrado en masa a Sudáfrica para sumarse al llanto universal por la pasión y muerte del gran Mandela. ¡Qué novelón en órbita, qué envidia de funeral! Pero a lo que vamos. Al menos el PP mesetario -con el Delegado del Gobierno a la cabeza, Ruiz Medrano, que es un humanista con argumentos- hicieron creíble lo que muchos pensamos: que esta Constitución instauró la paz. Algo de lo que ahora reniegan los enemigos de España. Los andanas del derecho a decidir ya creen que la reforma de la Constitución es una coda subsidiaria del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.

Por esto mismo, la foto más llamativa de Rajoy -esa que cuchicheaba por lo bajines al presidente del Tribunal Constitucional no se sabe qué instrucción, al tiempo que, ladinamente, se tapaba la boca para dejar a dos velas a los intérpretes del lenguaje mudo- resulta muy inquietante. Tanto como sus palabras tajantes, que ayer destacaban los medios como síntoma del buen gallego y que consiste en hacer lo contrario de lo que en realidad se piensa: «La soberanía no se va a romper, podéis estar tranquilos». Tranquilísimos.

Con este mismo sosiego -amarrado a la sensación de que todo es reformable constitucionalmente hablando- se fue Cayo Lara a La Habana para recibir instrucciones. Y de allí nos llegó, el día de la Constitución, precisamente, una instantánea que vale por mil reformas: el comunista de las jons poniendo una corona de flores a Fidel Martí o a Martí Fidel. Ningún error en el trastabillado. Fidel Castro ha hecho de Martí un apéndice de la Revolución. Los únicos capaces de reacción en el día de la bella durmiente -la pobre Constitución de 1978- fueron los centenares de manifestantes en Madrid que salieron a la calle a favor de las víctimas. El burgalés Ortega Lara, entre otros, sacó los colores al Gobierno con palabras fundadas: «Rajoy asume los compromisos de Zapatero a ETA», y al sursum corda.

Y al sursum corda

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