«Sí, es una osadia por mi parte dirigir una opera en el Teatro Real»
Frederic Amat es un artista plástico al que no le asusta penetrar en otros territorios como el teatro -«El público», de García Lorca; «Tirano Banderas», de Valle-Inclán; «Esperando a Godot», de
Frederic Amat es un artista plástico al que no le asusta penetrar en otros territorios como el teatro -«El público», de García Lorca; «Tirano Banderas», de Valle-Inclán; «Esperando a Godot», de Beckett-, el cine -«Viaje a la luna», con guión de García Lorca- o la ópera -«Edipo Rey», de Stravinsky-. A ésta última ha regresado ahora de la mano del compositor José María Sánchez-Verdú, no sólo en calidad de escenógrafo, sino también como director de escena -«creo que soy el primer pintor que dirige una ópera»-. En este particular «Viaje a Simorgh», cuyo estreno mundial tendrá lugar el próximo viernes en el Teatro Real de Madrid, ha contado con magníficos compañeros de tránsito como el escritor Juan Goytisolo, responsable del libro que ha inspirado la partitura -«Las virtudes del pájaro solitario»-; intérpretes de gran prestigio internacional como el bajo-barítono alemán Dietrich Henschel, la soprano valenciana Ofelia Sala o el contratenor Carlos Mena; la coreografía de Cesc Gelabert y la dirección musical de Jesús López Cobos.
Amat, para quien este viaje «ha sido largo y profundo», recuerda su primer encuentro con Sánchez-Verdú en Granada en 2001, donde se estrenó «Edipo Rey», y su propuesta para dirigir la escena de su primera ópera de gran formato. «Si no, yo no me hubiera atrevido», bromea. El artista catalán reniega de manera visceral de etiquetas como «ser profesional de algo... Yo no soy profesional de nada. No soy un director de escena profesional. Es como preguntar a alguien qué profesión tiene y que éste te diga: poeta. Son actitudes de vida, no son profesiones. Mi trabajo en este proyecto surge de esta actitud, de una capacidad de expresión plástica tal como se da a entender en el siglo XXI. Una herencia que hemos recibido los que vivimos a caballo entre ambos siglos y que consiste en tener esta actitud transversal entre diferentes medios de expresión, y que en el caso de la ópera se convierte en un terreno perfecto para desarrollarlo». Contrario a los compartimentos estancos que delimiten esa actitud de vida, Amat afirma a pecho descubierto: «Sí, es una osadía por mi parte dirigir una ópera en el Teatro Real». Y a continuación lanza una pregunta al aire: «¿Puede haber creatividad sin osadía?»
Los excluidos y la razón Frederic Amat es consciente de que el eje sobre el que gira este viaje «es la música. José María \[Sánchez-Verdú\], además de haber realizado una partitura excelente, ha tenido la intuición profunda de elegir dos textos extraordinarios. Por una parte el libro de Goytisolo, y de otra, un relato del siglo XII, "La conferencia de los pájaros", del poeta sufí Farid ud-din Attar. Ambos imantan el resto de los textos que constituyen el libreto -San Juan de la Cruz, Ramón Llul, Adonis, "Cantar de los cantares"...-. Son un puente entre la poesía sufí y la mística, que, curiosamente, son lenguajes muy afines al lenguaje del erotismo. La unión, la totalidad, el encuentro, el deseo...».
Pero en «El viaje a Simorgh» también subyace otro territorio, según explica a ABC el artista catalán: «La contaminación de los textos, la heterodoxia. Es una obra de los excluidos, lejos de los dictados de la ortodoxia de la razón». Y advierte: «Caminar con el paso de la razón es la peor manera de viajar a Simorgh por parte del espectador. El viaje nos ofrece la posibilidad de salir de uno mismo, nos desnuda de la cotidianidad inmediata y nos ofrece, incluso, la posibilidad de la pérdida. No hay peor viaje que el que hacemos con bitácora y guía», subraya.
En cuanto a cómo ha llevado a escena este concepto, Amat se confiesa incapaz de traducirlo en pocas palabras «ante una grabadora», pero acepta el envite. «Las catorce escenas -divididas en dos actos-, en las que no hay un hilo narrativo, funcionan como piezas de un mosaico o de un retablo, cuya totalidad te da la visión. ¿Cuál es esa totalidad final?, interroga. Un espejo. Un ejercicio de conocimiento a través de lo que ocurre en la escena, y, a su vez, de reconocimiento a través de ese viaje a las profundidades, donde se abren diferentes elecciones con cierto delirio pero también con lógica». Y a continuación, hace un reflexión: «Tenemos la virtud, tramposa y engañosa, de calificar lo que no entendemos como un sueño surrealista. Y no, "El viaje a Simorgh" no es un viaje surrealista. Es la escenificación del centrifugado de la memoria».
El símbolo que sugiere la imagen del sufismo y la mística es el círculo, y donde se encuentran principio y fin, que Amat representa como una especie de ruedo, «un gran espacio ceniza», donde «hay sangre, hay vuelo hacia el más allá, hay revelación...», que, insiste, no está regida «por el texto o por mi dirección escénica, sino por la música».
Pintura animada La obra, de casi dos horas de duración, se desarrolla de manera continuada, sin intermedios. Las catorce escenas presentan catorce escenografías distintas, «en cada una de ellas renace una nueva», apunta, gracias a los telones pintados que se presentan a través de «yuxtaposiciones por detrás, por delante. La escena no se para nunca gracias a las trampas de la tramoya. El viaje es constante».
También se podrán ver proyecciones, que subraya no son vídeos o películas. «Utilizo unas pinturas, unos telones animados». En este gran banquete de elementos que representa «El viaje a Simorgh», donde se podrán ver y escuchar todo tipo de instrumentos, desde violas da gamba hasta la electrónica, la danza también juega un papel «importantísimo, porque ayuda al latido y al avance de la sucesión de escenas. No funciona al margen del canto», indica.
Amat se muestra encantado de que esta responsabilidad haya recaído en el coreógrafo Cesc Gelabert, que marca los movimientos de dieciocho bailarines, pero también del coro y de dos pájaros solitarios que evolucionan por el escenario y que no son son otros que el concertino de la orquesta del Real, Ara Malikian, y el propio Gelabert, que coincide en darle a su danza «un aspecto pictoral y plástico».
Interlocutores vivos Frederic Amat reconoce que el trabajo en equipo en esta producción, en la que ha tenido «interlocutores que están vivos», tanto el compositor y libretista -Sánchez-Verdú- como el responsable del texto que inspira la ópera -Goytisolo-. Una labor en la que llevan trabajando años (la ópera fue encargada al compositor hace cinco años), y en la que todos han expresado y atendido sugerencias. «Todo esto convierte "El viaje a Smorgh" en una hecho muy peculiar y muy singular». A pesar de ello, Amat no se muestra satisfecho, o al menos, ésta no es la palabra que define su estado de ánimo actual «porque siempre queda un espacio de ansia, de duda. Pero sí me siento entusiasmado, inspirado, en pleno vuelo, en pleno viaje...». El artista hace quiebros constantes en su discurso para no revelar demasiados detalles del montaje: «Si en el campo de la pintura sería como una gran traición describirla, pues se trata de una visión; cómo voy a traducir en palabras la gran apuesta que es una ópera: que es visión y audición».
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