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TRAFALGAR COMO METÁFORA

NOTICIAS de la mar. Centenares de pesqueros bloquean la entrada de los principales puertos de nuestras costas, entre ellos los de más volumen de tráfico y mercancías de esta Comunidad: Valencia y Alicante. Marejada con tendencia a fuerte marejada, pues, en el Cantábrico, el Atlántico y el Mediterráneo, donde el Gobierno ha vuelto a demostrar esa presbicia de leyenda que ya le afama y que le hace incapaz de ver un problema hasta que le pasado por encima. La incompetencia sin lagunas del Gabinete socialista para resolver los escollos reales de los españoles alcanza su punto culminante, cuando la tripulación del comandante Rodríguez (nieto del capitán Lozano) aún no ha atravesado el ecuador de la legislatura. El Gobierno -desarbolado como la cubierta del Santísima Trinidad en Trafalgar hace dos siglos- se empeña en buscar un Cabo de Hornos en cada vuelta de la esquina y, aunque haya buena mar, elige siempre la ruta que lleva la nave por donde más truena.

Porque con idéntica mar de fondo -el alza incontenible del precio de los combustibles- resulta una torpeza de alevín de grumete prometer ayudas a los camioneros mientras se deja abandonados a otros sectores que también sufren un problemón, que no es nuevo, y que el Ejecutivo no ha querido ni ver durante meses pese a que presentaba las mismas dimensiones que el iceberg que hundió al Titanic aquella noche de abril de 1912. Después de pasar un año entrenido en palabras pimpolludas y otras demagogias de «todo a un euro», el zetaperio cae ahora en la cuenta de que los carburantes están por las nubes y que centenares de miles de profesionales casi no llegan a fin de mes. Y ya están ahí los taxistas, que en cuanto terminen la gente de mar de darle masculillo al Gobierno pueden apuntarse al motín a bordo. Suma y sigue.

He aquí la rosa de los vientos de la política zapateril: centrarse en asuntos que a la ciudadanía le traen al pairo (estatus jurídicos de las autonomías, deudas y derechos históricos, alianzas de civilizaciones, carnés de periodistas, mares de injusticia universal, recuperación de memorias selectivas, reinterpretación de la historia, leyes de igualdad de géneros y demás blablablás) y no hacer nada por arreglar las tormentas que enturbian el futuro y el día a día de los españoles. Bueno, en realidad no es que no hagan nada sino que nuestos gobernantes prefieren sentarse a echar un cigarrito en la santabárbara como si tal cosa. ¿Ejemplo? Uno llega a un mitin en Cataluña, promete lo que promete, y la Constitución recibe luego, en forma de Estatut, su andanada más letal en cuarto de siglo de vida.

Sin brújula, el libro de bitácora se va llenando con hojas de reclamaciones de los pasajeros de este navío, aún llamado España, que surca aguas de una mar cada vez más arbolada (olas de 9 metros) como se vio en las bocanas de los puertos de Valencia y Alicante. Un dineral en pérdidas. Lo más grave es que todo era previsible desde hace meses, pero la oficialidad no quiso echarse al ojo el catalejo (para ver) ni el sextante (para orientarse) y se fue de vacaciones. El Gobierno ha estrenado el otoño con una huelga por semana. No es mala media.

«Esto cada vez tiene peor pinta», le dijo justo hace dos siglos el brigadier Cosme Churruca al almirante Federico Gravina, a una decena de millas de la costa gaditana. Cuatro horas después el primero yacía en el alcázar del San Juan Nepomuceno y el segundo, herido de muerte, emprendía el último viaje en la toldilla del Príncipe de Asturias. Los dos sabían que no debían haber sacado los barcos de Cádiz, pero les obligaron. Trafalgar o el empeño en el fracaso, eterna metáfora española.

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